Libro Operación Silencio - Cómo se fabrica un culpable
Novela basada en hechos reales
Autor: Juan Manuel De Castro - El Vikingo
CAPÍTULO 16 — DENUNCIAS QUE NO LLEGAN
Cuando crucé el umbral y pude respirar, pensé que lo peor ya había pasado.
Me equivoqué otra vez.
Lo peor no siempre es el golpe. A veces lo peor es el trámite.
Porque el golpe te deja marcas, pero el trámite te deja impotencia.
Yo tenía la cabeza más fría. El cuerpo menos perseguido. Y una decisión firme: no iba a quedarme callado. No después de todo. No después de las bombas, del patrullero, de la comisaría, del papel, del saqueo.
Así que hice lo que te enseñan desde chico:
“Denunciá.”
La palabra “denunciá” suena limpia. Suena simple. Suena a justicia.
En la vida real, denunciar puede ser como gritarle a un túnel.
Empecé por lo obvio: los canales tradicionales.
Llamadas. Presentaciones. Intentos de que alguien tome nota. Intentos de que alguien se haga responsable. Intentos de explicar que yo no estaba contando una novela, estaba contando un mecanismo. Que no era “un problema entre personas”, era una red con cobertura.
Pero lo que me respondía era siempre lo mismo, con distintos disfraces:
“No corresponde acá.”
“Tenés que ir a tal lado.”
“Eso lo tiene que ver otro.”
“Traé pruebas.”
“Hacelo por escrito.”
“Esperá.”
El “esperá” es el abrazo del silencio.
Porque mientras vos esperás, ellos ordenan.
Mientras vos esperás, ellos borran.
Mientras vos esperás, ellos instalan la versión oficial.
Yo ya había visto cómo se borran videos. Cómo se inventan testigos. Cómo se arma un “arma” que no existe. Cómo se firma un papel de “locura” para invalidarte.
Yo no podía esperar.
Entonces hice lo que hace alguien que entiende que el circuito local está contaminado:
Busqué afuera.
Fuera del barrio.
Fuera de la zona.
Fuera del “mismo aire”.
Empecé a mandar comunicaciones a organismos externos, a espacios donde yo imaginaba que la red local tenía menos alcance. No voy a convertir este capítulo en una lista de siglas, pero sí voy a decir lo esencial: toqué puertas que, en teoría, deberían haberse abierto.
Pedí ayuda en defensorías.
Pedí orientación.
Intenté mover la denuncia hacia fiscalías externas.
Mandé notas.
Mandé correos.
Mandé cartas.
Incluso envié una carta al nivel más alto que se me ocurrió, como acto desesperado y simbólico: “si no me escuchan abajo, tal vez me escuchen arriba”.
La respuesta fue el silencio.
Pero no un silencio neutro.
Un silencio activo.
Porque yo sabía —lo sentía— que muchas de esas comunicaciones no estaban llegando. No era que me decían “no”. Era que no existían.
No había acuse.
No había número.
No había respuesta.
No había “recibimos su nota”.
Era como tirar mensajes al mar y descubrir que el mar tiene alguien filtrando las botellas.
Ahí empecé a entender la dimensión real de lo que enfrentaba.
No era solo “corrupción” en el sentido clásico.
Era captura de circuito.
Era una estructura que se protege sola. Que tiene reflejos. Que detecta el peligro y lo apaga antes de que prenda.
Y yo, para ellos, era peligro. No por armas. Por evidencia.
Yo tenía cámaras. Tenía registros. Tenía movimientos bancarios. Tenía accesos tocados. Tenía la cronología de las llamadas al 911. Tenía el detalle del ingreso irregular. Tenía el intento de armado en comisaría.
Yo era una memoria viva.
Y una memoria viva, si habla en el lugar correcto, rompe la impunidad.
Eso explicaba el silencio.
Me encontré repitiendo una escena muchas veces, con distintas caras:
Yo contando algo grave.
El otro escuchando con el gesto correcto.
Y después… nada.
Nada pasa.
Nada avanza.
Nada se mueve.
En un momento me di cuenta de que denunciar “en lugares tradicionales” no era solo inútil. Podía ser peligroso. Porque cada puerta que tocás adentro del mismo circuito puede convertirse en información para los mismos que te persiguen.
Denunciar, mal hecho, te expone.
Así que ajusté la estrategia.
No dejé de denunciar. Refiné.
Empecé a pensar como piensa alguien que está en guerra:
¿Qué información doy?
¿Qué información guardo?
¿Cómo evito que mi denuncia se convierta en GPS?
¿Cómo hago para que no la intercepten?
¿Cómo documento cada intento de contacto?
¿Cómo pruebo que intenté denunciar?
Empecé a guardar capturas de envíos.
Empecé a registrar fechas.
Empecé a anotar nombres de oficinas, horarios, respuestas.
Empecé a construir el caso como se construye un edificio: con columnas.
Y ahí apareció una idea que me dio paz por primera vez desde que empezó todo:
Si no me dejan entrar por la puerta de la justicia, voy a entrar por la puerta de la historia.
Porque la historia, cuando es sólida, es una forma de justicia lenta.
A veces la justicia formal llega tarde. A veces nunca llega. Pero el relato bien armado puede abrir una grieta en el silencio. Puede llegar a ojos que no tienen miedo local. Puede cruzar fronteras.
Y yo ya había cruzado un umbral físico.
Ahora necesitaba cruzar un umbral institucional.
Entendí que mi camino no iba a ser lineal. Que iba a ser largo. Que iba a requerir paciencia y método.
Operación Silencio no te gana de una: te gana por desgaste. Te gana porque te cansa. Te gana porque te hace sentir inútil.
Yo no iba a darles ese premio.
Ese día, después de otro intento de denuncia que terminó en nada, cerré la computadora, apoyé la frente en la mano y me dije:
No me van a creer por mi cara. Me van a creer por mi archivo.
Y ahí nació el siguiente paso.
No la próxima denuncia.
El arma real contra el silencio:
El archivo invisible.
< Índice | < Capítulo 15 | Capítulo 17>