Libro Operación Silencio - Cómo se fabrica un culpable
Novela basada en hechos reales
Autor: Juan Manuel De Castro - El Vikingo
CAPÍTULO 19 — CONTARLO ES PELEAR
Durante mucho tiempo pensé que pelear era enfrentar.
Discutir. Denunciar. Señalar. Golpear una mesa. Levantar la voz.
Después de lo que viví, entendí otra cosa:
En ciertos lugares, pelear es sobrevivir sin volverte igual.
Pelear es no caer en la escena que ellos te preparan.
Y cuando crucé el umbral y empecé a reconstruirme, apareció una pregunta que se volvió central:
¿Cómo se expone una red sin entregarse?
Porque yo no era ingenuo. Ya había visto lo que pasa cuando decís nombres en voz alta. Ya había visto cómo cambia el aire cuando pronunciás “el protegido”. Ya había sentido el peso de los contactos. Ya me habían probado que podían torcer un relato.
Contarlo, entonces, no podía ser un impulso.
Tenía que ser una estrategia.
La primera regla: no darles el final que quieren
Operación Silencio necesitaba que yo fuera una de estas dos cosas:
un muerto,
o
un loco.
Si yo terminaba muerto, se acababa el problema.
Si yo terminaba invalidado, se acababa el problema también.
Entonces mi pelea consistió en evitar las dos trampas.
Eso me obligó a cambiar de personalidad pública.
Yo ya no podía ser el tipo que confía y abre puertas.
Ahora tenía que ser el tipo que mide, guarda, respira, y elige.
La segunda regla: separar verdad de acusación
Yo tenía verdad.
Pero la verdad, si la tirás como acusación directa sin protección, se vuelve un boomerang.
Así que empecé a trabajar con una idea clave:
Verdad no es “nombrar”. Verdad es “mostrar el mecanismo”.
Mostrar el mecanismo es mucho más peligroso para una red que nombrar a una persona.
Porque a una persona la podés defender, ocultar, cambiar.
Pero un mecanismo, cuando lo describís con precisión, se reconoce.
Yo empecé a escribir como quien arma un plano:
cómo se fabrica un relato,
cómo se arma una causa,
cómo se plantan testigos,
cómo se borra un video,
cómo se usa el miedo para cerrarte puertas,
cómo se usa un “papel” para invalidarte.
La historia se volvía una lupa.
Y esa lupa no necesitaba nombres reales para funcionar.
La tercera regla: blindaje narrativo
Aprendí a escribir con doble capa.
Una capa de novela: escenas, ritmo, tensión, personajes compuestos, lugares cambiados.
Y una capa de verdad: cronología, coherencia, detalles técnicos, “esto pasó así”, sin exagerar.
Esa mezcla es potente porque te permite dos cosas al mismo tiempo:
protegerte,
y que el lector sienta que es real.
Porque lo real tiene textura.
Lo real tiene detalles chiquitos: el sonido de una puerta, el metal de una esposas, la mirada de alguien cuando decís un nombre, el frío de una madrugada en la calle.
Esos detalles construyen verdad sin necesidad de señalar con el dedo.
Yo no quería escribir un panfleto.
Quería escribir una historia que no se pudiera apagar.
La cuarta regla: escribir para que otros entiendan
En un momento me hice una pregunta que me cambió el tono del libro:
¿Y si esto no es solo sobre mí?
Porque yo sobreviví, sí. Pero ¿cuántos no?
¿Cuántos no tienen cámaras en la nube?
¿Cuántos no entienden la tecnología?
¿Cuántos no saben cómo se arma una defensa digital?
¿Cuántos no cruzan el umbral y quedan atrapados dentro del tablero?
Operación Silencio no trabaja sobre un tipo. Trabaja sobre una vulnerabilidad social.
Yo había visto esa vulnerabilidad también en la gente a la que yo ayudaba: los que venían de la calle, los que estaban perdidos en la droga, los que no tenían familia, los que no tenían recursos.
Todos ellos son fáciles de convertir en relato.
Yo no quería que mi libro fuera solo mi desahogo. Quería que fuera un espejo.
Un espejo para que, cuando alguien vea el mecanismo, pueda decir: “esto ya lo vi”.
Nombrar a veces no sirve.
Reconocer sirve.
La quinta regla: paciencia
La paciencia fue la parte más dura.
Porque yo quería que todo se supiera ya. Quería que el mundo entendiera lo que había pasado. Quería que alguien pagara. Quería justicia.
Pero la justicia, cuando toca redes, no se consigue con velocidad. Se consigue con acumulación.
Acumulación de pruebas.
Acumulación de estabilidad.
Acumulación de respaldo.
Acumulación de fuerza económica incluso, porque la pobreza te vuelve frágil.
Yo tuve que reconstruir mi vida para poder hablar sin quebrarme.
Tuve que hacer dinero de nuevo, no por ambición, sino por seguridad. La seguridad también se compra: abogados, tiempo, distancia, herramientas.
Tuve que formar empresas nuevas, moverme mejor, proteger mi entorno, cerrar puertas que antes abría.
Y mientras hacía todo eso, escribía.
Como quien afila un cuchillo que no va a usar para herir, sino para cortar una soga.
La escritura como defensa
Hubo un día donde entendí que el libro ya era parte del caso.
No “el caso legal”. El caso moral.
Porque el libro, aunque sea novela, construye algo que la red odia:
Memoria compartida.
La red vive del secreto.
Del “no digas nada”.
Del “no te metas”.
Del “dejalo así”.
El libro, en cambio, hace lo contrario:
Dice.
Muestra.
Describe.
Deja registro.
Y el registro es una forma de justicia cuando la justicia formal no alcanza.
No es ideal. No es lo que uno quiere. Pero es lo que uno puede hacer cuando el circuito está tomado.
Ahí terminé de entender la frase que me escribí en el prólogo y que ya era mi bandera:
“Si me borran, lo cuento.”
Porque contar es pelear.
Pelear sin armas.
Pelear sin volverte monstruo.
Pelear sin regalarles tu alma.
Pelear con memoria.
Esa noche cerré el archivo invisible y abrí el manuscrito.
Le puse el título.
Operación Silencio.
Y sentí algo que no había sentido desde antes de la casa, antes de las bombas, antes del patrullero:
Sentí control.
No control total.
Pero control.
El tipo de control que te devuelve la vida.
Me acosté y miré el techo. Pensé en todo lo perdido. Pensé en mi vieja. Pensé en el exilio. Pensé en los que no hablan por miedo.
Y me prometí lo siguiente:
Cuando este libro salga, no va a ser para incendiar.
Va a ser para iluminar.
Porque el silencio no se rompe a los gritos.
Se rompe con luz.
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