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Libro Operación Silencio - Cómo se fabrica un culpable
 Me quisieron borrar. No sabían que yo iba a escribir.

Novela basada en hechos reales
Autor: Juan Manuel De Castro - El Vikingo






EPÍLOGO — LA VERDAD NO SE INTERCEPTA

Hubo un tiempo en que yo creía que la verdad era automática.

Que si algo era real, se imponía.

Que si algo era grave, alguien iba a actuar.

Que si vos hacías las cosas bien, el mundo te cuidaba.

Yo ya no creo eso.

Ahora creo otra cosa: la verdad es un trabajo.

Escribirla. Ordenarla. Protegerla. Repetirla sin destruirte. Esperar el momento sin volverte loco.

Porque la verdad, cuando toca poder, no cae como lluvia. Se construye como una pared: ladrillo por ladrillo.

Yo me fui de mi país con una vida rota y una mochila liviana. Me fui con hambre en el cuerpo, marcas en las manos, una causa colgada como etiqueta, y un archivo invisible creciendo como un corazón aparte.

Me fui y, por primera vez, entendí que el exilio no siempre es un avión.

A veces el exilio es darte cuenta de que tu ciudad ya no te reconoce.

A veces el exilio es descubrir que tu casa se convirtió en oficina ajena, que tu puerta ya no abre, que tus correos ya no son tuyos, que tu nombre ya no te pertenece.

A veces el exilio es sobrevivir donde antes vivías.

Pero lo increíble es esto: incluso en el exilio, la vida insiste.

Yo volví a trabajar. Volví a vender. Volví a construir. No como antes. Más lento. Más frío. Más exacto. Sin romanticismo.

Cerré puertas que antes abría.

Puse límites donde antes ponía confianza.

Separé la compasión del acceso.

Aprendí que ayudar no es entregar llaves.

Hice dinero de nuevo. No por lujo, por blindaje. Porque aprendí que la fragilidad económica no es solo pobreza: es vulnerabilidad. Y la vulnerabilidad, en manos de una red, es una invitación.

Y mientras reconstruía, seguí ordenando.

Cada intento de denuncia.

Cada respuesta nula.

Cada prueba.

Cada captura.

Cada registro.

Hasta que el archivo invisible dejó de ser una reacción y se convirtió en una base.

Una base para algo más grande que mi historia.

Porque un día me di cuenta de que el mecanismo que me tocó a mí no es único.

Es repetible.

Se apoya en lo mismo siempre:

Un protegido.

Un apellido.

Un miedo.

Un trámite.

Un papel.

Una versión.

Y el silencio, alrededor, haciendo el resto.

Cuando eso te pasa, tenés dos caminos.

Uno es morirte por dentro y aceptar el relato.

El otro es mantenerte vivo y construir el tuyo.

Yo elegí el segundo.

No por valentía. Por terquedad.

Porque yo nací sin red y aprendí temprano que si vos no sostenés tu historia, otros te la escriben. Y cuando otros te la escriben, no sos persona: sos herramienta.

Operación Silencio intentó interceptarme la vida.

Intentó interceptarme las denuncias.

Las llamadas.

Las pruebas.

Los videos.

Los accesos.

Los correos.

El dinero.

La casa.

El nombre.

Y durante un tiempo, lo logró.

Pero cometieron un error.

Creyeron que interceptar era lo mismo que borrar.

Y no es lo mismo.

Porque hay una cosa que el silencio no puede controlar para siempre:

La memoria organizada.

La memoria, cuando se vuelve historia, cruza fronteras.

La historia entra donde una carta no llega.

La historia llega a ojos que no son del barrio.

La historia camina por lugares donde los contactos ya no mandan.

La historia se multiplica en cada lector que entiende.

Y cuando un mecanismo queda expuesto, empiezan a aparecer grietas.

Yo no escribo esto para que me tengan lástima.

Yo escribo esto para que se entienda.

Para que el que lea sepa que hay sistemas que fabrican culpables.

Para que el que lea entienda que el miedo es política.

Para que el que lea vea que ayudar sin límites puede ser una sentencia.

Para que el que lea reconozca las señales antes de que sea tarde.

Yo sigo vivo.

Y ese, en sí mismo, ya es un fracaso para Operación Silencio.

Sigo con empresas nuevas. Con nombres nuevos. Con otra vida. Pero con el mismo espíritu: el espíritu guerrero que no se arrodilla ante la impunidad.

No sé cuál va a ser el final institucional de todo esto.

No sé si habrá justicia formal. No sé si habrá condenas. No sé si el sistema va a corregirse solo.

Lo que sí sé es esto:

Ya no pueden interceptar lo que está escrito.

Porque, al final, el silencio no se rompe con gritos.

Se rompe con luz.

Y la luz, cuando se enciende, no pide permiso.


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