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La Tesorera Sombra

Thriller de una mujer sombra apodada La Negra Amparo

Autor: Juan Manuel De Castro (El Vikingo)


Capítulo 10 — La prueba chica

El jueves a la mañana, Amparo no estaba enojada.

Estaba enfocada.

La ira es ruidosa. La gente la nota. La gente la comenta. La ira te delata.

El enfoque, en cambio, se disfraza de eficiencia.

Amparo llegó a Pronexo con el mismo saco, el mismo peinado tirante y el mismo “buen día” a todos. Se sentó, encendió la computadora, abrió bancos, abrió sistema, abrió calendario.

Y abrió su archivo.

MAPA.

Leyó lo último que había escrito la noche anterior:

“Hasta acá. Y de acá, con cuidado.”

No lo había anotado literal, pero era la idea que le quedó pegada.

Amparo cerró el archivo, abrió el mail de Operaciones y respondió lo urgente. Hizo lo que tenía que hacer.

Después, recién después, miró lo que quería mirar.

El proveedor STC ya estaba pago.

El pago había salido con autorización de Erik.

Todo perfectamente “justificable”.

Y sin embargo, había un detalle que Amparo no podía soltar:

¿Quién ganaba con esa urgencia?

En Compras, la palabra “intermediario” era una religíon. Siempre había alguien en el medio cobrando una comisión invisible por destrabar lo que no debería trabarse.

Amparo no tenía pruebas.

Pero una prueba “chica” no era para condenar a nadie.

Era para medir el sistema.

Para ver cómo reaccionaba el edificio cuando uno movía una piedra.

A las 10:02, con la oficina ya despierta, Amparo se levantó y caminó hacia Contabilidad. No avisó. No preguntó.

Mariela estaba en su escritorio con el cuaderno abierto, como siempre. Al verla, sonrió con rapidez.

—Amparo —dijo—. ¿Todo bien?

—Todo bien —respondió Amparo—. Necesito una cosa.

Mariela cerró el cuaderno con una mano, rápido, casi automático.

Amparo lo notó. No dijo nada.

—Decime —dijo Mariela.

Amparo apoyó una carpeta en el escritorio de Mariela. Adentro no había nada peligroso. Solo copias impresas del pago de STC: factura, autorización de Erik, comprobante.

—Quiero que me armes el legajo completo de STC —dijo Amparo—. Con todo. Alta, antecedentes, contrato, documentación.

Mariela parpadeó.

—¿Ahora?

—Hoy —dijo Amparo—. Me lo pidieron para control interno.

Mariela tragó saliva.

—¿Quién te lo pidió?

Amparo sostuvo la mirada.

—Control.

Mariela se quedó quieta un segundo. Luego sonrió, falsa.

—Ok. Lo hago.

Amparo asintió.

—Gracias.

Antes de irse, agregó algo como al pasar:

—Ah, y necesito también el legajo de los últimos cinco proveedores nuevos con pagos urgentes. Misma lógica.

Mariela abrió la boca.

—¿Cinco?

—Cinco —repitió Amparo—. Me están pidiendo trazabilidad. Ya sabés.

Mariela bajó la voz.

—¿Pero… Erik sabe?

Amparo la miró.

—Erik me dijo “cualquier cosa rara, frenala”. —Sonrió apenas—. Estoy haciendo mi trabajo.

Mariela sostuvo el silencio.

Amparo se fue.

Volvió a Tesorería y se sentó sin apuro. Abrió los bancos, ingresó al portal espejo, revisó que el token siguiera funcionando. Todo normal.

Su teléfono vibró. Número desconocido. Cortó.

No era paranoia. Era método: no hablar cuando no necesitaba hablar.

A las 11:15, Ledesma apareció de nuevo.

Esta vez no sonrió.

—Amparo, ¿tenés un minuto? —preguntó.

Amparo levantó la vista lenta.

—Decime.

Ledesma se acercó al escritorio y bajó la voz.

—Me están preguntando por STC —dijo.

Amparo lo miró.

—¿Quién?

Ledesma parpadeó.

—No sé… Contabilidad. Mariela. Me escribió.

Amparo asintió.

—Lógico.

Ledesma apretó la mandíbula.

—¿Por qué lógico?

Amparo se encogió de hombros.

—Porque es un proveedor nuevo con pago urgente. Hay que ordenar el legajo.

Ledesma la miró como si ella hubiera dicho “hay que confesar”.

—Amparo… —dijo—. No hagas quilombo.

Amparo apoyó la lapicera sobre el escritorio con delicadeza.

—No estoy haciendo quilombo. Estoy cerrando papeles.

Ledesma respiró fuerte.

—Eso lo armé yo. Era necesario. Si lo empezás a revisar con lupa, me complicás.

Amparo inclinó la cabeza.

—Si te complica un legajo completo, quizás el problema no es mi lupa.

Ledesma la miró con odio sin barniz.

—¿Estás en modo venganza? —soltó.

La palabra cayó pesada.

Amparo sintió un placer frío: él la acusaba de lo que él temía. Eso era información.

—Estoy en modo trabajo —dijo ella—. Vos elegís cómo llamarlo.

Ledesma se acercó un poco más.

—Te lo digo bien… —dijo, y el tono intentó ser amable pero se le escapó agresivo—. En esta empresa hay cosas que funcionan porque no se preguntan.

Amparo lo miró fijo.

—Gracias por avisarme —dijo, suave.

Ledesma se quedó quieto. No era la respuesta esperada. Esperaba miedo. Esperaba negociación. Esperaba culpa.

Amparo le ofrecía otra cosa: registro.

Ledesma tragó.

—No me compliques —repitió, más bajo.

Amparo sostuvo la mirada.

—No me presiones —respondió.

Ledesma se fue.

Amparo esperó que desapareciera por el pasillo y entonces abrió el MAPA.

Escribió:

Ledesma — reconoce “cosas que no se preguntan” — presión directa — confirma cultura de atajos.

Guardó.

A las 12:30, Nicolás le escribió por chat:

“Che, me llegó consulta rara. ¿Están pidiendo legajos de proveedores? ¿Qué pasó?”

Amparo clavó los ojos en la pantalla.

Ahí estaba su prueba.

Había movido una piedra y el edificio ya vibraba.

Amparo respondió:

“Control interno. Nada grave. Estoy ordenando preventivo.”

Nicolás tardó un minuto.

“Ok. Avisame si te joden.”

Amparo leyó “si te joden” y pensó: ya están jodiendo.

Pero no lo dijo.

A las 14:05, Mariela apareció en Tesorería con una carpeta abultada. La traía apretada contra el pecho como si fuera un bebé o una bomba.

—Amparo —dijo, y su sonrisa no era sonrisa—. Te traje lo de STC.

Amparo tomó la carpeta.

—Gracias.

Mariela no se movió. Se quedó parada ahí, como si necesitara decir algo antes de irse.

Amparo levantó la vista.

—¿Qué pasa?

Mariela bajó la voz.

—Te van a venir a hablar —dijo.

Amparo no hizo gesto.

—¿Quién?

Mariela miró a los costados, nerviosa.

—Gente —dijo—. No sé. Pero esto… —tocó la carpeta— …esto rompe una dinámica.

Amparo ladeó la cabeza.

—¿Qué dinámica?

Mariela abrió la boca, la cerró. Sus ojos fueron a la carpeta como si no quisiera pronunciarlo.

—La de no mirar —susurró.

Amparo la miró fijo.

—Yo miro.

Mariela tragó saliva.

—Sí. Ya me di cuenta.

Hubo un silencio.

Amparo habló suave:

—¿El legajo está completo?

Mariela asintió, pero no con convicción.

—Lo que se puede —dijo—. Hay cosas… que no existen.

Amparo sintió una descarga fría.

—¿Cómo que no existen?

Mariela la miró y, por primera vez, dejó caer la máscara de simpática.

—Que no hay contrato real —dijo—. Que hay sellos truchos. Que hay firmas… copiadas. Que hay datos que no cierran. —Pausa—. Y que, si esto se mira, se mira todo.

Amparo no reaccionó con sorpresa. Reaccionó con calma. La calma del que confirma una hipótesis.

—Ok —dijo—. Gracias.

Mariela la miró con miedo.

—Amparo… ¿qué vas a hacer?

Amparo respondió con sinceridad y con cuidado:

—Lo que corresponda.

Mariela se fue.

Amparo abrió la carpeta.

Revisó.

Mariela tenía razón: “completo” era una palabra generosa. Había huecos. Había documentos armados a las apuradas. Había inconsistencias pequeñas, pero repetidas.

Y lo más importante: había un patrón.

Amparo abrió un Excel e hizo una tabla con los últimos proveedores nuevos.

STC aparecía alineado con otros dos nombres que ella también había visto en urgencias recientes.

En los tres, el aprobador era el mismo: S. Ledesma.

Amparo se quedó mirando la tabla.

No era una prueba penal.

Pero era algo mejor para ella:

Era un mapa del flujo.

Y cuando sabés por dónde fluye el dinero, sabés por dónde se rompe el sistema.

A las 16:10, su celular vibró.

Número desconocido otra vez.

Esta vez atendió.

—¿Hola?

Una voz de hombre, seca.

—Amparo Vidal.

No era pregunta. Era afirmación.

Amparo se enderezó en la silla.

—Sí.

—No hagas olas —dijo la voz.

Silencio.

Amparo no preguntó “quién sos”. Eso se preguntaba cuando querías regalar miedo.

—Estoy trabajando —dijo ella.

La voz rió, sin humor.

—Trabajá sin mirar tanto.

Cortó.

Amparo quedó quieta un segundo.

Alrededor, el piso seguía como si nada: teclas, impresoras, risas. La vida normal encima de la amenaza.

Amparo desbloqueó el teléfono. Miró el número. No estaba guardado.

Lo anotó en su agenda.

Después abrió el MAPA y escribió una línea nueva, la primera línea sin nombre:

LLAMADA ANÓNIMA — “no hagas olas” — reacción a legajos — el sistema se defiende.

Guardó.

Y entonces entendió el resultado de su prueba chica:

  1. El sistema reacciona rápido.

  2. Ledesma está conectado.

  3. Mariela sabe demasiado y tiene miedo.

  4. Hay alguien dispuesto a llamar y amenazar por “papeles”.

Amparo apoyó la espalda contra la silla.

No sintió miedo.

Sintió confirmación.

Cerró la carpeta, la guardó en el cajón con llave y la etiquetó con un post-it simple:

“No tocar sin mí.”

Después abrió el correo y le escribió a Erik una frase perfecta, inofensiva:

“Todo en orden. Ordenando legajos por prevención. Te aviso si veo algo.”

Mandó.

Erik respondió rápido:

“Gracias. Confío.”

Amparo miró esa palabra y, por primera vez, le dio risa.

Porque su prueba chica había demostrado algo:

la confianza era la grieta más grande del edificio.

Y ella acababa de meter un dedo.

(Fin del Capítulo 10)


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