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La Tesorera Sombra

Thriller de una mujer sombra apodada La Negra Amparo

Autor: Juan Manuel De Castro (El Vikingo)


Capítulo 12 — Anuncio

El lugar que eligió Damián no estaba en Google Maps.

O por lo menos no con el nombre real.

Era un “club” en un primer piso, con una puerta sin cartel y un timbre que sonaba como si llamaras a alguien que no quiere atender. Amparo subió la escalera sin apuro. No porque estuviera tranquila, sino porque había aprendido que entrar apurada es entrar mostrando necesidad.

Adentro había luz baja, olor a whisky y un murmullo de gente que hablaba como si cada frase costara algo.

Damián la esperaba apoyado contra la barra. No estaba borracho. No parecía de fiesta. Parecía trabajando.

—Viniste —dijo, como si eso confirmara una teoría.

—Tengo una hora —respondió Amparo.

—Una hora alcanza —dijo Damián, y le señaló una mesa al fondo.

Se sentaron en una esquina que no veía nadie y desde donde ellos veían todo. Damián pidió algo sin preguntarle. Agua con gas para ella. Whisky para él.

—¿Qué es esto? —preguntó Amparo, mirando alrededor.

—Un lugar donde la gente se olvida que existen cámaras —dijo Damián.

Amparo lo miró.

—¿Y vos qué hacés acá?

Damián sonrió.

—Lo mismo que vos. Observar.

El mozo dejó los vasos. Damián tomó un trago y señaló con la cabeza hacia una mesa cercana. Un hombre de camisa clara, reloj caro y sonrisa amable hablaba con dos personas y reía como si el mundo fuera fácil.

—¿Lo ves? —dijo Damián.

—Sí.

—Ese es Bruno.

Amparo lo miró. Bruno era el tipo de persona que cae bien por defecto. Eso, en empresas y negocios, raramente era casual.

—¿Y? —preguntó.

Damián bajó la voz.

—Bruno hace “proveedores”.

Amparo levantó la ceja.

—¿Qué significa “hace proveedores”?

Damián sonrió, con paciencia de cazador.

—Que te arma un proveedor en dos días. Con papeles. Con sellos. Con todo lo que a la gente le gusta ver para no mirar la verdad.

Amparo sintió un frío en la espalda. No por miedo. Por confirmación.

STC.

El legajo incompleto.

Sellos copiados.

Firmas escaneadas.

Amparo miró a Bruno otra vez. Seguía riendo.

—¿Es de Pronexo? —preguntó.

Damián negó.

—No. Pero trabaja con gente adentro de empresas. —Se inclinó—. Gente como Ledesma.

Amparo no reaccionó. No podía regalarle esa reacción a Damián.

—¿Y por qué me lo mostrás? —preguntó.

Damián apoyó el vaso en la mesa.

—Porque siempre que hay atajos financieros, hay tres cosas: uno que firma, uno que ejecuta y uno que cobra.

Amparo lo miró.

—¿Y yo qué sería en ese triángulo?

Damián sonrió, lento.

—Vos sos la ejecutora. —Pausa—. Con acceso total.

Amparo apretó la botella de agua con gas con la punta de los dedos.

—Yo no vine a esto —dijo.

Damián se encogió de hombros.

—No viniste. Pero estás acá.

Silencio.

Amparo miró otra vez a Bruno. El tipo se levantó, saludó a los suyos y caminó hacia la barra. Pasó cerca de ellos y Damián lo interceptó con naturalidad.

—Bruno —dijo Damián, y se dieron un abrazo de medio cuerpo, muy de “hace años” —. Te presento a Amparo.

Bruno la miró y sonrió. Sonrisa de vendedor. Sonrisa de “qué placer”.

—¿Cómo estás? —dijo Bruno—. ¿Amparo… de dónde?

Damián contestó por ella:

—De finanzas. Muy arriba.

Bruno arqueó las cejas, interesado.

—Ah… —dijo—. Linda responsabilidad.

Amparo sostuvo la mirada.

—Trabajo —dijo.

Bruno asintió muchas veces, como si eso fuera adorable.

—Trabajo, sí. El trabajo es sagrado. —Sonrió—. Damián me habla mucho de vos.

Amparo miró a Damián.

—¿Ah, sí?

Damián levantó las manos.

—Solo digo que sos seria.

Bruno se sentó sin pedir permiso.

—La seriedad es lo único que falta en el mundo —dijo—. Y lo único por lo que vale pagar.

Amparo no se movió.

—¿Pagar qué? —preguntó.

Bruno rió suavemente.

—Tranquila. No te asustes. —Se inclinó—. Yo solo… conecto. Hago que las cosas sucedan cuando “no deberían”.

Amparo lo miró.

—¿Como un proveedor que aparece de la nada con sellos que no cierran?

Bruno parpadeó una vez. Microsegundo de alerta. Pero se recompuso rápido.

—Como soluciones —dijo, sonriendo—. Lo importante es que el contenedor llegue, ¿no?

Amparo sostuvo la mirada.

Bruno era codicia con perfume.

Damián lo miraba como si estuviera mirando una pieza de ajedrez: útil, sacrificable.

—Bueno, Bruno —dijo Damián—. No la marees. Ella vino a tomar agua.

Bruno rió.

—Está bien, está bien. —Miró a Amparo—. Igual, un día, si necesitás que algo exista… me llamás.

Sacó una tarjeta y la dejó sobre la mesa como quien deja una propina.

Amparo no la tocó.

Bruno se levantó.

—Un gusto —dijo, y se fue.

Damián miró la tarjeta.

—Eso es codicia presentada en papel —dijo.

Amparo lo miró.

—¿Y vos qué sos?

Damián sonrió.

—Yo soy el puente.

Amparo agarró la tarjeta sin mirar y la guardó en su bolso.

No por intención.

Por evidencia.

—Listo —dijo—. Ya vi.

—No —corrigió Damián—. Todavía no viste nada.

Amparo se levantó.

—Me tengo que ir.

Damián no la detuvo. Solo dijo algo antes de que ella diera el primer paso:

—Mañana hay un anuncio en tu empresa.

Amparo se quedó quieta.

—¿Qué anuncio?

Damián tomó un trago.

—Uno que te va a enojar.

Amparo lo miró, sintiendo por primera vez un filo real de manipulación en él.

—¿Cómo sabés?

Damián sonrió.

—Porque en los negocios todo se sabe antes. —Pausa—. Y porque el Vikingo habla cuando bebe.

Amparo sintió un latido en la garganta.

No dijo nada.

Se fue.

A la mañana siguiente, la empresa estaba rara.

No hay muchas formas de explicar ese clima. No era alegría ni tensión. Era expectativa. Pasillos más limpios. Camisas planchadas. Gente que se perfuma de más.

A las 10:05, llegó una invitación masiva al calendario:

REUNIÓN GENERAL — ANUNCIO DE DIRECCIÓN

Lugar: Sala grande / Zoom

Duración: 30 min

Amparo se quedó mirando la invitación.

Erik estaba conectado desde algún lugar del mundo. En la foto del perfil se lo veía serio, prolijo, iluminado por una luz blanca de hotel.

La sala grande se llenó rápido. Amparo se sentó atrás, lejos del centro. No quería que la miraran cuando lo mirara.

Gabriela tomó el micrófono.

—Buen día a todos —dijo—. Gracias por estar. Erik nos pidió compartir una novedad importante.

En la pantalla apareció Erik.

—Buen día —dijo Erik—. Gracias por conectarse. Voy a ser breve.

Amparo observó su cara. Ese modo de “breve” era su forma de no sentir.

—Estamos cerrando un acuerdo grande —continuó—. Vamos a abrir operación en un nuevo mercado. Y vamos a incorporar gente.

Murmullos de entusiasmo.

Erik sonrió, apenas.

—Y además… —dijo— …quiero compartir algo personal, porque impacta en la agenda. A partir de la semana que viene voy a estar viajando más seguido. —Pausa—. Porque me mudo un tiempo afuera.

Amparo sintió un golpe en el estómago.

Ahí estaba.

La vida de él yéndose más lejos, como si el mundo fuera una expansión y no una pérdida.

Erik siguió:

—Y… —sonrió un poco más— …porque estoy armando una familia.

El silencio fue de un segundo. Después estalló el murmullo. Felicitaciones. Sonrisas. Palmas.

Amparo se quedó quieta.

Erik, en la pantalla, parecía feliz de verdad. No el feliz de empresa. El feliz de futuro.

—No voy a entrar en detalles —dijo, intentando mostrarse “profesional”—. Solo quería decirlo yo para que no sea un rumor. —Miró a cámara—. Gracias por el apoyo.

“Para que no sea un rumor.”

La frase le cayó a Amparo como una burla.

Porque el rumor ya existía. Y ella era el corazón del rumor.

Erik siguió hablando de expansión, de mercado, de equipos, de control interno. Dijo palabras como “blindaje”, “orden”, “estructura”.

Amparo escuchaba una sola cosa, repetida:

Te quedaste atrás.

La reunión terminó. La gente se levantó excitada, hablando de “la familia de Erik”, de los viajes, del crecimiento. Paula se acercó a Amparo con cara de “te abrazo”.

Amparo se levantó antes.

—Tengo que cerrar cosas —dijo.

Caminó hacia su escritorio con la calma de quien no quiere que le vean la cara.

Se sentó.

Abrió su correo.

Tenía un mensaje de Erik, enviado cinco minutos antes.

Asunto: gracias

“Amparo, te aviso para que no te agarre por sorpresa. Estoy feliz. Gracias por sostener la operación. Sos clave.”

Sos clave.

La palabra le ardió.

Porque “clave” era una función.

No una persona.

Amparo leyó el mail dos veces. Luego lo archivó.

Abrió la PLANILLA_MADRE.

Fue a la hoja RUTINAS_ERIK y agregó una línea:

  • “Familia” = distracción emocional + viajes más frecuentes

Abrió la hoja PUNTO DÉBIL y escribió:

  • Anuncios públicos crean ceguera privada

Luego abrió una hoja nueva y la llamó:

MOTIVO

Y escribió una sola frase:

“No me dejó afuera. Me dejó adentro… para ver cómo él sigue adelante.”

Guardó.

El teléfono vibró. Damián.

Te lo dije.

Amparo no respondió.

No porque no supiera qué decir.

Porque en ese momento entendió que acababa de cruzar algo que ya no se des-cruza.

Erik iba a construir una vida nueva.

Y ella iba a seguir teniendo las llaves de la vieja.

Amparo abrió el cajón y tocó la carpeta de STC.

Sellos raros.

Firmas copiadas.

Urgencias.

Atajos.

Tocó el token.

Tocó la llave del estudio.

Y por primera vez desde la separación, sintió una emoción clara, completa, sin disfraz:

no era tristeza.

Era rabia.

Y la rabia, cuando se combina con método, no grita.

Calcula.

(Fin del Capítulo 12)

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