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La Tesorera Sombra

Thriller de una mujer sombra apodada La Negra Amparo

Autor: Juan Manuel De Castro (El Vikingo)


Capítulo 13 — Martes cualquiera

El martes llegó como llegan las cosas que cambian tu vida: sin avisar.

En Pronexo, “martes” era sinónimo de trámite. Reuniones. Pagos. Cierres. Una palabra gris.

Para Amparo, ese martes era otra cosa: era ventana.

Porque Erik viajaba los martes o los miércoles. Porque los martes la gente estaba ocupada. Porque los martes nadie miraba demasiado.

Amparo llegó a las 7:28.

Abrió Tesorería. Encendió la PC. Saludó a nadie. La oficina todavía estaba dormida, y eso le gustaba: los sistemas, cuando están solos, no fingen.

Abrió el correo.

Tres cosas importantes:

  1. Aviso de banco: “Transferencias internacionales — lote disponible”

  2. Mensaje de Gabriela: “Erik está con agenda a full. Si necesitás algo, decime.”

  3. Notificación del portal espejo: “Acceso manual habilitado (mantenimiento programado)”

Amparo parpadeó una vez.

Mantenimiento programado.

Eso era música.

Porque “mantenimiento” era el mejor disfraz de cualquier irregularidad: todo lo raro se volvía justificable.

Abrió su PLANILLA_MADRE desde el pendrive. No escribió nada todavía. Solo la miró. Como quien revisa un mapa antes de entrar al bosque.

Hoja: RUTINAS_ERIK

  • Viaja martes/miércoles

  • Responde 9–10, 14–15, 21–22

  • Autoriza urgencias por mail

  • Evita hablar directo

  • Blindaje sin recorte a Tesorería

Hoja: PERSONAS

  • Nicolás = conveniencia

  • Mariela = miedo

  • Ledesma = codicia/ego

  • Rodrigo = aprobación

  • Gabriela = orden

  • Voz anónima = intimidación

  • Damián = puerta

  • Bruno = proveedor de fantasmas

Amparo cerró la planilla.

No era el día de actuar.

Era el día de medir.

Porque antes de un golpe, siempre hay una prueba silenciosa: verificar que el mundo sigue siendo igual de ciego que ayer.

A las 8:10, llegó Martín de Operaciones con cara de apuro.

—Amparo, buen día. Necesito que me priorices dos pagos —dijo sin respirar—. Uno es de logística, el otro de aduana.

Aduana, otra vez.

Amparo no levantó la ceja. No mostró nada.

—Mandame todo por mail —dijo.

Martín asintió y se fue, aliviado, como si hubiera descargado una mochila.

A las 8:23, llegó el mail de Martín: dos facturas, dos montos, dos urgencias. Una era de un proveedor conocido. La otra, nuevo nombre.

Amparo no actuó. Anotó.

A las 9:02, Nicolás le escribió:

“Hoy hay mantenimiento de portal. Si necesitás token, avisame.”

Amparo respondió rápido:

“Gracias. Lo tengo.”

No era mentira: el token seguía en su bolso desde el portal caído. Nadie lo había pedido. Nadie lo había reclamado. El sistema no tenía memoria. Solo rutina.

A las 9:17, Ledesma apareció en Tesorería.

No sonrió. Tenía ese gesto de “yo sé cosas”.

—Amparo —dijo, apoyando una mano en el borde del escritorio—. ¿Viste lo del anuncio de Erik?

Amparo tipeó sin mirarlo.

—Lo vi.

—Qué loco, ¿no? —dijo Ledesma, lamiéndose los labios—. El tipo va a ser padre. Una locura.

Amparo siguió tipeando.

—Sí.

Ledesma insistió, bajando el tono:

—Che… ¿y vos cómo estás con eso?

Ahí estaba. No era curiosidad. Era pesca: quería ver si ella sangraba.

Amparo levantó la vista, sonriente.

—Estoy trabajando, Santi.

Ledesma parpadeó, incómodo.

—Dale, Amparo. Te lo pregunto bien.

Amparo inclinó la cabeza.

—Te respondo bien: no es tema tuyo.

Ese límite, dicho con calma, era peor que un grito. Porque no abría negociación.

Ledesma apretó la mandíbula. Se enderezó.

—Ok. —Se quedó dos segundos más—. Mirá… te aviso algo. Hoy se mueven cosas grandes. —Sonrió, finito—. Para que no te sorprenda.

Amparo lo miró.

—¿Se mueven cosas grandes?

Ledesma asintió.

—Sí. Hay operaciones nuevas. Erik está reactivando cuentas de afuera. Va a entrar y salir plata. Mucha.

Amparo sostuvo la mirada.

—Gracias por el aviso —dijo.

Ledesma sonrió, satisfecho. Se fue.

Amparo esperó a que saliera.

Abrió la notificación del banco: “lote disponible”.

Ahí estaba: “cuentas de afuera”. Transferencias internacionales listas para ejecutar.

No era raro: Erik siempre movía plata. Pero el timing no era casual.

“Familia”, “mudanza”, “expansión”. Días de movimiento. Días donde el mundo le pedía cosas y él se las daba. Días donde no iba a mirar cada detalle.

Amparo abrió el portal principal. Luego el portal espejo. Comparó.

En el portal espejo, el mantenimiento habilitaba un modo manual: más pasos, menos controles automáticos. Eso era peligrosamente útil.

Amparo no tocó nada todavía.

Primero abrió su correo y buscó el último mail de Erik donde decía “Confío”.

Lo encontró.

Lo imprimió.

Sí: lo imprimió.

Y lo puso en una carpeta con otras cosas que no parecían peligrosas: autorizaciones, comprobantes, políticas internas.

Una carpeta a la que, si alguien la veía, le diría “qué ordenada”.

A las 10:30, Gabriela apareció.

—Amparo —dijo con voz de “te traigo novedades”—. ¿Todo bien?

—Todo bien —repitió Amparo.

Gabriela se acercó más de lo necesario. Bajó la voz.

—Hoy vamos a mover un lote grande de transferencias —dijo—. Erik quiere que salga hoy sí o sí. Está en vuelo después del mediodía.

Amparo asintió.

—Perfecto. Lo hago.

Gabriela la miró con gratitud, como si Amparo fuera un salvavidas.

—Gracias. Sos clave.

Otra vez.

Clave.

Amparo sonrió.

—Mandame el detalle del lote —pidió—. Así lo ejecuto sin frenarme.

Gabriela asintió.

—Te lo mando ya.

Se fue.

Amparo se quedó sola y sintió una calma rara: el mundo le estaba dando, en bandeja, la base del golpe perfecto.

Lote grande.

Erik en vuelo.

Mantenimiento.

Modo manual.

Y ella sentada justo en el centro de todo.

A las 11:05, llegó el mail de Gabriela con un excel adjunto: listado de pagos, destinatarios, montos, cuentas.

Amparo lo abrió.

Y ahí vio un nombre repetido dos veces en el listado.

No era STC.

Era otro de los proveedores nuevos que Mariela había marcado como “no existe del todo”.

Amparo miró el monto.

Alto.

Dos veces.

Y la justificación: “servicios”.

Servicios era la palabra que se usa cuando no querés explicar.

Amparo cerró el excel.

Abrió su PLANILLA_MADRE.

En “PUNTO DÉBIL” agregó:

  • Lotes grandes + modo manual = invisibilidad perfecta

En “PRUEBA” escribió:

  • Confirmar si pagos “no existentes” entran en lotes oficiales

Guardó.

No iba a frenar el lote. Todavía no.

Porque el objetivo no era “hacer justicia”.

El objetivo era entender hasta dónde llegaba la ceguera.

Y la ceguera, cuando se aprovecha bien, se transforma en puerta.

A las 12:10, una alerta interna apareció en su pantalla:

“Cierre de tanda internacional habilitado. Ventana 12:15 a 12:45.”

Ventana corta.

Perfecta.

Amparo se levantó y fue al baño. Se lavó las manos. Se miró al espejo.

Su cara estaba normal.

Eso era lo más impresionante: que su cuerpo no delatara lo que su cabeza ya estaba construyendo.

Volvió al escritorio y se sentó.

Abrió el lote internacional.

Marcó las transferencias.

El sistema le pidió validación.

Amparo metió la mano en el bolso y tocó el token.

Lo sacó.

Lo apoyó al lado del teclado como si fuera una calculadora.

Nadie miraba.

Nadie iba a mirar.

Iba a ser, de verdad, un martes cualquiera.

Y justo cuando estuvo por confirmar, entró un mensaje de Erik.

Corto. Seco. Desde algún aeropuerto.

Hoy no puedo hablar. Confío en vos. Cerralo.

Amparo lo miró.

Y sonrió.

No una sonrisa grande. Una de esas sonrisas que nadie nota.

Pero que, si alguien la viera, entendería tarde.

Porque con esa frase, Erik acababa de convertir una operación delicada en algo peligrosamente simple:

una orden.

Amparo cerró el mensaje.

Volvió al lote.

El cursor parpadeó sobre el botón.

CONFIRMAR.

Y ella no lo apretó.

Todavía.

En lugar de eso, hizo algo más pequeño.

Más inteligente.

Abrió una transferencia mínima del lote. Una “prueba”.

Una cifra que no llamaría a nadie. Un movimiento casi ridículo en el océano de números.

La configuró para salir por el portal espejo, modo manual.

Confirmó.

La luz verde apareció.

Operación exitosa.

Amparo esperó.

Treinta segundos.

Un minuto.

Nada.

Ninguna alerta. Ningún bloqueo. Ninguna llamada.

El sistema tragó.

Amparo apoyó la espalda en la silla.

Ahí estaba la prueba chica perfecta, dentro del “martes cualquiera” perfecto:

Se podía.

No en teoría.

En realidad.

Amparo cerró el lote sin ejecutarlo completo. Por ahora. Guardó todo como si hubiera estado trabajando normal. Porque eso era lo que mejor hacía.

Y antes de apagar el monitor al final del día, escribió una sola línea en la PLANILLA_MADRE:

“Confirmación: el modo manual no grita.”

Guardó.

Metió el token en el bolso.

Y salió del edificio sin que nadie supiera que, ese martes cualquiera, el primer tornillo de la caja fuerte acababa de aflojarse.

(Fin del Capítulo 13)

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