La Tesorera Sombra
Thriller de una mujer sombra apodada La Negra Amparo
Autor: Juan Manuel De Castro (El Vikingo)
Capítulo 18 — Normalidad
El lunes siguiente, Amparo llegó a la oficina como si el ataque hubiera ocurrido en otro planeta.
Traje sobrio. Pelo tirante. Perfume mínimo. Notebook abierta. Agenda lista.
La normalidad, descubrió, era el mejor escondite.
En la recepción, el guardia la miró con esa mezcla de pena y curiosidad que se le dedica a la gente que “estuvo cerca” de una tragedia.
—Buen día, Amparo.
—Buen día —respondió ella.
Nada más.
En el ascensor, Paula subió con dos personas de Administración y un silencio que parecía ensayado. Nadie decía “Erik”. Nadie decía “hospital”. Todos hablaban del clima como si el clima fuera más seguro que la sangre.
Cuando se abrieron las puertas del piso, la oficina la recibió con la misma luz blanca de siempre… y con un murmullo nuevo: el de una empresa que intenta caminar sin su dueño.
Gabriela apareció a los cinco minutos.
—Amparo —dijo, bajando la voz—. Gracias por venir.
Amparo levantó la vista.
—Es mi trabajo.
Gabriela se sentó sin pedir permiso. Tenía ojeras y un papel doblado en la mano.
—Erik no está bien —dijo—. Está vivo, pero… está paranoico. —Pausa—. Pidió que frenemos cualquier cosa “rara”. Que no se mueva plata grande sin su ok directo.
Amparo asintió.
—Ok.
Gabriela la miró buscando emoción. No la encontró y eso la tranquilizó.
—Te van a llamar del banco —dijo—. Están pidiendo confirmaciones extras.
Amparo tomó nota mental.
—¿Quién está autorizando ahora? —preguntó.
Gabriela tragó.
—Yo… por ahora. Con él por WhatsApp. Cuando se puede.
Amparo asintió.
—Perfecto.
Gabriela se levantó y antes de irse dijo:
—Y por favor… si alguien pregunta, si la policía vuelve… vos mantené lo mismo. Lo laboral. No nos metamos en cosas personales.
Amparo sostuvo la mirada.
—Lo laboral —repitió.
Gabriela se fue.
Amparo abrió el sistema bancario.
Allí estaba: una nueva capa de “seguridad” instalada de apuro. Pop-ups, validaciones, doble confirmación.
Gente asustada poniendo candados donde antes había puertas.
Amparo lo miró con calma. No le molestaba. Le servía. Porque cuanto más complejo era el sistema, más necesitaba de alguien que lo entendiera.
Y ese alguien era ella.
A las 9:40, entró un correo automático del banco de Estados Unidos.
“Cambio en la configuración de alertas — confirmado”
Amparo frunció el ceño.
Ella no había cambiado alertas.
Abrió.
El correo decía que el titular había activado una notificación extra: alertar por cualquier transferencia superior a un umbral… a un correo alternativo.
Un correo alternativo.
Amparo se quedó mirando esa palabra como si fuera un insecto.
¿Desde cuándo hay un correo alternativo?
Cerró el mail sin responder. Lo guardó. No borró nada.
Errores comunes: borrar cosas. Alterar cosas. Ser obvia.
Amparo abrió la PLANILLA_MADRE en su pendrive, hoja “RUTINAS_ERIK”, y escribió:
Erik activa alertas nuevas post-ataque (correo alternativo desconocido)
Guardó.
A las 10:15, Martín de Operaciones apareció con un sobre en la mano.
—Amparo, me pidieron que te lo deje —dijo, sin mirarla mucho. Tenía miedo.
—¿Quién te lo pidió? —preguntó Amparo.
Martín se encogió.
—No sé… me lo dieron abajo. Era “para vos”.
Amparo tomó el sobre.
Se lo guardó en el cajón sin abrirlo.
—Gracias, Martín.
Martín se fue casi corriendo.
Amparo esperó dos minutos. Después abrió el sobre.
Había una nota en papel común, sin firma.
“NO MIRES. NO TE METAS.”
Amparo parpadeó una vez.
Era la misma idea que la llamada anónima, ahora materializada.
No la asustó. La confirmó.
Amparo guardó la nota en una carpeta de “papeles”. Sin dramatizar. Como si fuera una factura.
A las 11:20, Ledesma apareció.
Tenía una energía distinta: ya no era el apurador sonriente. Era el que camina midiendo el suelo.
—Amparo —dijo—. ¿Cómo estás?
La pregunta era demasiado humana para ser real.
—Trabajando —contestó ella.
Ledesma sonrió apenas.
—Me alegro.
Se acomodó en la silla del visitante sin invitación.
—Che… esto de Erik… es un quilombo, ¿no?
Amparo lo miró sin expresión.
—Sí.
Ledesma se inclinó.
—Y vos… eras cercana. —Pausa—. Si necesitás algo…
Amparo sintió el intento: acercarse, medir, ver si ella estaba débil.
—No necesito nada —dijo.
Ledesma tragó saliva.
—Ok. —Pausa—. Igual te digo… ahora con la policía y todo, conviene que ciertas cosas queden quietas.
Amparo levantó una ceja.
—¿Qué cosas?
Ledesma parpadeó.
—Nada, nada… digo… pagos grandes, proveedores nuevos… vos sabés.
Amparo lo miró fijo.
—Yo no sé nada, Santi.
Ledesma quedó tenso.
Amparo se inclinó apenas.
—Pero me gusta que me avises. —Sonrió mínimo—. Es útil.
Ledesma no supo si eso era amenaza o agradecimiento.
Se levantó.
—Cuidate —dijo.
—Vos también —respondió Amparo.
Cuando Ledesma se fue, Amparo escribió en su PLANILLA_MADRE:
Ledesma intenta “alinear” silencio post-ataque → miedo + control
Guardó.
Y siguió trabajando.
A las 14:00, recibió una llamada del banco de Estados Unidos.
Una voz con acento, formal.
—Señora Vidal, estamos verificando actividad de la cuenta del señor Erik…
Amparo contestó con el guion perfecto.
—Soy Tesorería. Ejecuto pagos autorizados. No tomo decisiones patrimoniales.
—Entiendo —dijo el banco—. Queremos confirmar el correo alternativo de alertas…
Amparo apretó el lápiz.
—No puedo confirmar eso —dijo—. No es parte de mis datos.
La voz asintió.
—Gracias. Si detectamos actividad inusual, contactaremos al titular y a su correo alternativo.
Amparo colgó.
Ahí estaba la grieta:
un canal que ella no controlaba.
Cuando el día terminó, Amparo se fue a su casa y entró directo al estudio.
Sacó el disco externo del estuche.
Lo miró.
No lo conectó.
Porque entendió que la normalidad se estaba volviendo frágil y que el primer error, en momentos frágiles, casi nunca es técnico.
Es humano.
Y justo cuando guardó el disco, el celular vibró.
Damián.
Uno de los tuyos habló de más.
Amparo leyó el mensaje.
Y por primera vez en semanas, el control se le movió un milímetro del lugar.
No mucho.
Lo suficiente para que se sintiera.
¿Quién? escribió ella.
La respuesta llegó sola, seca, como un disparo:
Mariela.
Amparo se quedó mirando la pantalla.
Mariela era miedo. Supervivencia.
Y el miedo, cuando se activa, no sigue planes.
Corre.
Amparo apagó el celular.
Se quedó quieta en el estudio, con la llave en la mano, mirando el escritorio como si fuera un altar.
La falsa victoria duraba poco.
Porque el sistema ya estaba cerrando ventanas.
Y alguien —desde un correo alternativo que Amparo no conocía— ya estaba mirando desde afuera.
(Fin del Capítulo 18)
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