La Tesorera Sombra
Thriller de una mujer sombra apodada La Negra Amparo
Autor: Juan Manuel De Castro (El Vikingo)
Capítulo 21 — La falsa victoria
El miércoles, Amparo llegó a Pronexo con la misma cara de siempre y el corazón ligeramente corrido de lugar.
Nadie lo notó.
Esa era su ventaja: Amparo sabía actuar “normal” mejor que cualquiera porque su vida entera estaba construida sobre eso. Sobre no pedir ayuda. Sobre no mostrar grietas.
En recepción, el guardia la saludó con pena.
—¿Todo bien, Amparo?
—Todo bien —dijo ella, y sonó real.
En Tesorería, lo primero que hizo fue abrir el banco.
Los dos pagos pendientes seguían ahí.
El mail de “validación adicional requerida” también seguía.
Amparo no los tocó.
La orden del número privado seguía vibrando en su cabeza: “No hagas nada.”
Amparo odiaba obedecer.
Pero odiaba más delatarse.
Así que hizo lo que hacen los inteligentes cuando el tablero se vuelve peligroso: dejó la pieza quieta y movió el resto del mundo alrededor.
A las 9:15, Gabriela la llamó a su oficina.
Había una botella de agua sin abrir y papeles desparramados como si la prolijidad hubiera abandonado el lugar.
—Amparo —dijo Gabriela—. Erik está pidiendo reportes de todo. Está… desconfiado.
Amparo asintió.
—Normal.
Gabriela bajó la voz.
—Me pidió que revise accesos. Que controle dispositivos. Y… —se mordió el labio— …que vea si vos estás bien.
Amparo sostuvo la mirada.
—Estoy trabajando.
Gabriela exhaló.
—Bien. Necesito que me armes un reporte de pagos de la última semana. Especialmente internacionales. Yo se lo paso.
Amparo asintió.
—Te lo mando hoy.
Gabriela dudó, como si cargara otra cosa.
—Y… te lo digo con cariño: cuidate con Ledesma. Erik lo mencionó. Dijo “ese pibe siempre está metido en cualquier cosa”.
Amparo sintió una sonrisa interna. Por primera vez, Erik y ella coincidían en algo.
—Ok —dijo.
Salió de la oficina y volvió a su escritorio.
Abrió Excel.
Armar reportes era su idioma. Y un reporte podía ser muchas cosas: información, coartada, arma.
Amparo armó el reporte para Gabriela con precisión quirúrgica… y dejó afuera los dos pagos pendientes.
No los escondió. Solo los dejó en “pendiente” y en “por validación”. Técnica. Limpio.
En la planilla escribió:
“2 operaciones pendientes por validación adicional (requiere titular/correo alternativo).”
No más.
La verdad mínima.
La que suena a procedimiento.
A las 11:00, Nicolás apareció.
Tenía cara rara.
—Amparo —dijo bajo—. Están preguntando por Mariela.
Amparo levantó la vista lenta.
—¿Quién?
Nicolás miró al costado.
—Un abogado. Vino a hablar con ella. No sé si de la empresa o de afuera.
Amparo sintió el estómago endurecerse.
—¿Qué abogado?
Nicolás negó con la cabeza.
—No sé. Pero Mariela está nerviosa. Y cuando Mariela se pone nerviosa… habla.
Amparo cerró el monitor un segundo, como si necesitara oscuridad para pensar.
Damián había dicho: “Mariela habló de más”.
Si ahora había un abogado, la cosa había escalado.
No por la policía.
Por la familia.
Erik tenía contactos, sí, pero Amparo también tenía lo suyo: padre abogado, tía jueza. La diferencia era que la familia de Amparo no se movía por amor.
Se movía por reputación.
Amparo le escribió a Mariela por chat interno:
“¿Podés venir un minuto a Tesorería?”
La respuesta tardó.
Llegó al minuto:
“No puedo ahora.”
Esa negativa era una alarma.
Amparo no insistió.
En lugar de eso, abrió su PLANILLA_MADRE y escribió:
Mariela inestable (posible fuga de info)
Intervención legal externa (abogado)
Riesgo: pánico contagioso
Guardó.
A las 13:10, Amparo recibió un mail de Ledesma.
Asunto: “Esos 2 pagos”
Adjunto: “documentación” nueva.
Amparo lo abrió.
Era mejor armada que la anterior. Más sellos. Mejor redacción. Un logo más creíble.
Bruno aprendía rápido.
O alguien le estaba pagando para que aprendiera rápido.
Amparo no respondió.
En su lugar, hizo algo que marcaba la “falsa victoria”: actuó como si tuviera todo el tiempo del mundo.
Porque si ella parecía apurada, perdía.
A las 16:30, se fue antes de lo habitual.
No para escapar.
Para hacer la otra parte del plan: la casa.
En el depósito, Amparo movió cajas como quien mueve capítulos.
Dejó la ropa de Erik en un estante.
Guardó objetos de viaje: brújula decorativa, mapas, souvenirs caros.
Cuando tuvo todo apilado, hizo algo simbólico: dejó un espacio vacío, un hueco exacto, donde antes iban las cosas “de él”.
Como si la ausencia tuviera forma.
En la casa, vació el último cajón del vestidor: papeles viejos, recibos, tarjetas de embarque, una libreta con contraseñas antiguas tachadas.
Encontró una foto.
Ella y Erik, en un barco, riéndose. Un sol naranja atrás. Una vida entera en una imagen.
Amparo la miró diez segundos.
Después la rompió en dos.
No con furia. Con decisión.
Tiró los pedazos en la bolsa negra.
Esa noche llamó a tres personas.
No a Damián.
No todavía.
Llamó a “gente de adentro”.
Los cuatro.
Los que ella estaba terminando de identificar.
Primero, a Rodrigo (Sistemas): le pidió algo inocente—un acceso temporal para “auditoría bancaria”.
Rodrigo lo hizo sin preguntar.
Segundo, a Nicolás (Control): le pidió reportes cruzados, historiales, “para Dirección”.
Nicolás se los consiguió.
Tercero, a Mariela (Contabilidad): no la llamó. Le dejó un mensaje simple: “Mañana necesito caja y comprobantes. Sin excusas.” Fue una orden, no una charla. Para ver si obedecía o traicionaba.
Cuarto… el cuarto todavía no era un nombre.
Era una sombra: alguien que hacía “cobros” dentro de la empresa. Alguien que se beneficiaba de los atajos, pero no firmaba.
Amparo lo iba a identificar con una sola cosa: la reacción.
Porque el sistema, cuando lo tocás, siempre te dice quién manda.
Cerca de medianoche, Damián le escribió:
¿Te movés o te comés el miedo?
Amparo lo leyó sin emoción.
Respondió con una frase corta:
“No me apures.”
Damián contestó:
Te están cerrando ventanas.
Amparo apretó la mandíbula.
Ya lo sé, pensó.
Y ahí entendió lo que era la falsa victoria: creer que todavía controlaba los tiempos.
Porque la verdad —aunque no quisiera admitirla— era otra:
alguien del otro lado ya la estaba obligando a moverse.
Y cuando te obligan a moverte, el error se vuelve posible.
Amparo apagó el celular, se recostó y miró el techo oscuro.
La casa estaba casi vacía.
La empresa estaba temblando.
Y los dos pagos pendientes seguían ahí, como una trampa que ninguno de los dos quería tocar primero.
(Fin del Capítulo 21)
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