La Tesorera Sombra
Thriller de una mujer sombra apodada La Negra Amparo
Autor: Juan Manuel De Castro (El Vikingo)
Capítulo 24 — Quiebre
Amparo no se quebró cuando el banco congeló.
Se quebró cuando entendió que ya no podía controlar el relato.
Hasta ese momento, todo era interno: pasillos, correos, rumores, miedo. Pero ahora el dinero estaba quieto y, cuando el dinero se queda quieto, nacen dos clases de personas:
los que corren…
y los que señalan.
Ese sábado, Amparo se despertó temprano. No por hábito. Por alerta. Como si el cuerpo supiera que el tiempo se había vuelto un enemigo.
Se sirvió café, negro, y abrió la notebook en la mesa del comedor.
No la corporativa.
La suya.
Abrió su correo personal.
Tres mensajes nuevos, todos con asunto limpio y amenazante:
“Follow-up: documentación requerida”
“Compliance review: urgent response needed”
“Final notice before escalation”
Amparo cerró la tapa de la notebook un segundo, como si el gesto pudiera apagar el mundo.
No podía.
Respiró hondo.
Abrió una hoja en blanco en su mente y escribió el único diagnóstico posible:
El sistema ya no negocia.
Entonces, hizo lo que hacen los animales cuando el fuego los rodea: buscó una salida.
No una salida elegante.
Una salida.
Amparo abrió el estudio. Cerró con llave. Sacó el estuche negro.
El disco externo.
El “objeto personal” que le había parecido una bóveda.
Lo apoyó sobre el escritorio, lo miró largo.
Si lo conectaba, podía encontrar información útil.
También podía activar una trampa.
Y la voz del número privado, la de la primera llamada, le volvió como un eco:
“No te delates.”
Amparo no era impulsiva. Pero tampoco era santa. Era práctica.
Conectó el disco.
La notebook tardó dos segundos en reconocerlo.
Apareció un nombre en pantalla:
VAULT
Amparo sintió una descarga. No de alegría. De vértigo.
Abrió.
Carpetas ordenadas. Demasiado ordenadas. Erik era un obsesivo del orden.
BANCOS
CONTRATOS
INVERSIONES
ABOGADOS
VIAJES
SEGUROS
BACKUP
Amparo clickeó “BANCOS”.
Dentro había archivos PDF, extractos, llaves. Pero no todas.
Y en un rincón, un archivo de texto:
READ_ME.txt
Amparo frunció el ceño.
Lo abrió.
Una frase. Solo una frase.
“Si estás leyendo esto, no sos quien debería.”
Amparo sintió el corazón pegarle una vez fuerte.
No por tecnología. Por intención.
Erik había pensado en esto.
El disco externo no era solo un backup.
Era un mensaje.
Un espejo.
Un gancho.
Amparo cerró el archivo.
Las manos se le quedaron quietas sobre el teclado. No temblaban, pero estaban frías.
Estoy en una trampa.
El hambre de control la había traído hasta ahí.
Amparo se obligó a respirar lento.
No podía borrar nada. No podía “limpiar”. Eso era lo que haría alguien desesperado… y ella se negaba a ser obvia.
En lugar de eso, hizo algo distinto:
No buscó “dinero”.
Buscó “gente”.
Abrió la carpeta ABOGADOS.
Adentro había contratos, estudios, mails, y un archivo llamado:
INCIDENTE_ATAQUE.pdf
Amparo sintió un golpe seco.
Erik ya tenía armado un dossier.
Abrió el PDF.
No leyó todo. Escaneó.
Había fechas. Nombres. Capturas. Notas. Un registro de llamadas. Una lista de “posibles motivaciones”. Y, en una sección, la palabra que la atravesó como un alambre:
AMPARO — acceso — motivo — oportunidad.
Amparo cerró el PDF como si quemara.
Ahí estaba el quiebre real: Erik no estaba “recuperándose”.
Erik estaba construyendo un caso.
Y lo estaba haciendo con calma glacial.
Amparo desconectó el disco.
Lo guardó.
Se quedó sentada en el estudio, mirando una pared vacía.
No lloró.
Pensó.
¿Qué hago ahora?
Tenía tres opciones. Las tres malas.
Huir sin cerrar nada (admite culpa).
Quedarse y esperar (ser cazada).
Mover una pieza grande que reordene el tablero.
Amparo eligió la tercera.
Porque la tercera, aunque peligrosa, todavía era acción.
Agarró el teléfono y llamó a Damián.
Él atendió al primer tono.
—¿Ahora sí? —dijo, con esa sonrisa que se escucha.
—Necesito que me consigas un número —dijo Amparo.
—¿De quién?
—De Bruno.
Damián rió suavemente.
—¿Te cayó la ficha?
—No te hagas el inteligente —dijo Amparo—. Necesito hablar con él.
Damián bajó el tono.
—Hablar es peligroso.
—Más peligroso es quedarme quieta —respondió Amparo.
Silencio.
—Te lo paso —dijo Damián—. Pero escuchame: si Bruno está asustado, va a vender a alguien. Y si va a vender a alguien, te vende a vos.
—Que lo intente —dijo Amparo.
Damián soltó una risa mínima.
—Esa es la Amparo que me gusta.
Amparo cortó sin despedirse.
Marcó el número de Bruno.
Tardó en atender.
Al tercer tono, una voz con ruido de calle:
—¿Quién es?
Amparo habló directo.
—Soy Amparo. De Tesorería.
Silencio.
—¿De qué Tesorería? —dijo Bruno, fingiendo.
—No te hagas el boludo —dijo Amparo—. Los pagos de “servicios”. Los pendientes. Los bancos. El congelamiento.
Bruno soltó aire.
—No sé de qué hablás.
Amparo apretó la mandíbula.
—Bruno, me están pidiendo documentación. Yo no puedo inventarla sola. —Pausa—. Si cae esto, caemos todos.
Del otro lado, una risa nerviosa.
—Yo no caigo —dijo Bruno—. Yo no firmé nada.
Amparo cerró los ojos un segundo.
Ahí estaba.
El reflejo de cobarde.
—Vos cobraste —dijo Amparo.
—Yo cobré por un servicio —insistió Bruno—. Si ustedes lo hicieron como el culo, no es mi problema.
Amparo sintió el verdadero quiebre: Bruno no era aliado. Nunca lo había sido.
Era un proveedor de humo.
Y el humo, cuando cambia el viento, se va.
—Escuchame —dijo Amparo—. Si vos me pasás respaldo, algo, lo mínimo… yo puedo sostener esto.
Bruno bajó la voz.
—Yo no te debo nada, flaca. A mí ya me llamaron. Y yo ya hablé.
Amparo se quedó helada.
—¿Con quién? —preguntó.
Bruno soltó una risa corta.
—Con el que manda. Con el que está vivo.
Amparo apretó el teléfono.
—¿Erik te llamó?
Bruno no respondió directo.
—Te conviene no moverte —dijo—. Te lo digo bien. Estás marcada.
Y cortó.
Amparo se quedó mirando el teléfono como si fuera un objeto desconocido.
Bruno “ya habló”.
Erik “ya arma caso”.
Los bancos “ya cercan”.
Mariela “ya filtró”.
Martín “ya lloró”.
El tablero no tenía aliados.
Solo piezas desesperadas.
Amparo apoyó el teléfono sobre la mesa.
Y ahí tomó la decisión que acelera cualquier derrumbe:
decidió sacrificar.
No por maldad.
Por supervivencia.
Abrió la PLANILLA_MADRE.
Fue a “PERSONAS”.
Miró los nombres.
Eligió al más débil… y al más útil como chivo expiatorio:
Ledesma.
Codicia, ego, presión. Era el villano creíble. El villano visible. El que todos ya sospechaban.
Amparo abrió un mail nuevo a Gabriela.
Asunto:
“Urgente: posible irregularidad en Compras (Ledesma)”
Adjuntó el PDF flojo de “servicios” y el mail donde Ledesma la presionaba.
Y escribió una frase limpia:
“Me preocupa que estén intentando forzar pagos sin respaldo. Creo que esto puede estar conectado con los congelamientos. Sugiero escalar a asesoría legal y separar a Ledesma del circuito por prevención.”
Enviar.
Amparo se quedó mirando la pantalla.
Ese mail era su último movimiento.
Su última jugada de “normalidad”.
Si funcionaba, ganaba tiempo.
Si no funcionaba, aceleraba el cerco… pero con otro nombre primero.
Amparo cerró la notebook.
Se sirvió otro café.
Y mientras el mundo afuera seguía igual —autos, motos, gente comprando pan—, Amparo entendió que el quiebre ya había ocurrido.
No era la policía.
No era la empresa.
No era Bruno.
Era Erik.
Erik había sobrevivido.
Y cuando alguien sobrevive a un intento de asesinato, el amor se muere del todo.
Lo que nace en su lugar es otra cosa.
Algo que no se negocia con llaves.
(Fin del Capítulo 24)
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