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La Tesorera Sombra

Thriller de una mujer sombra apodada La Negra Amparo

Autor: Juan Manuel De Castro (El Vikingo)


Capítulo 26 — La alerta


Erik no durmió esa noche.

No porque el dolor no lo dejara.

Sino porque el dolor ya no era lo importante.

Lo importante era otra cosa: ordenar el mundo.

Cuando te atacan, el mundo se vuelve ruido. Cuando sobrevivís, el mundo se vuelve tarea.

En la mesa había tres teléfonos: uno personal, uno de empresa, uno “viejo” que nadie conocía. Había una notebook nueva, sin stickers, sin historia. Había una carpeta con papeles impresos y un vaso de agua que no tocaba.

Erik respiró lento.

Lo primero fue lo más simple: bloquear.

Bloquear no era venganza.

Era higiene.

Llamó al banco de Estados Unidos con un tono que no admitía preguntas.

—Quiero activar retención preventiva inmediata. Fraude interno. Acceso comprometido.

No dijo “Amparo”.

Todavía.

En el otro extremo, una voz profesional contestó con la frialdad que los bancos reservan para cuando huelen problema real.

—Entendido. ¿Desea iniciar un reporte formal?

—Sí —dijo Erik—. Y quiero que todo quede registrado.

Registrado.

Esa era su palabra.

Porque ella había vivido de lo que no quedaba.

Erik cortó y llamó al siguiente. Y al siguiente.

Congelar no era castigar. Era cortar oxígeno.

Después vino lo más importante: la alerta.

Erik abrió su correo alternativo —el viejo, el que casi nadie conocía— y revisó el umbral.

Lo bajó.

No por paranoia.

Por precisión.

Cualquier movimiento mediano debía activar un aviso.

Luego abrió un servicio de monitoreo que había activado años atrás, cuando un socio lo quiso “apurar” con un contrato sucio. No era sofisticado. No hacía magia.

Solo miraba patrones.

Y los patrones le habían salvado la vida en los negocios.

Erik configuró nombres, frases, rutas:

“servicios”

“pendiente”

“token”

“portal espejo”

“validación adicional”

“Bruno”

Marcó “notificar siempre”.

No porque eso detuviera nada.

Sino porque eso transformaba el mundo en un tablero iluminado.

Que se mueva lo que quiera, pensó. Yo lo voy a ver.

A las 06:40, su teléfono “viejo” vibró.

Un mensaje automático, frío:

ACTIVIDAD — intento de operación pendiente / requiere validación

Erik miró la pantalla y no se apuró.

Apretó “ver detalle”.

Aparecían dos cosas:

Usuario: Amparo

Acción: consulta / acceso a pendientes

Erik apoyó el teléfono.

No era la confirmación de un delito.

Era más útil.

Era confirmación de un instinto: ella iba a volver.

Erik respiró.

En vez de cancelar, hizo algo que nadie esperaba.

Dejó los pagos ahí.

Porque entendió que esos dos pagos no eran un riesgo.

Eran una puerta.

En Pronexo, el lunes a la mañana tenía olor a tensión.

Amparo entró igual.

Como había dicho.

Tal vez por orgullo.

Tal vez porque no sabía hacer otra cosa que ir hacia el fuego con la cara seca.

La recepción estaba rara: más serios, menos chistes. El guardia levantó la vista y bajó la mirada rápido, como si ella trajera mala suerte.

En el piso, Gabriela la esperaba.

—Amparo —dijo, sin sonrisa—. Tenemos que hablar.

Amparo ya lo sabía.

—Decime.

Gabriela tragó saliva.

—Erik pidió que no ejecutes movimientos. Ninguno. Hasta que él vuelva a tomar control directo.

Amparo sostuvo la mirada.

—Ok —dijo, como si no le importara.

Gabriela parpadeó.

—Y… hay más.

Amparo esperó.

—Hoy vienen del banco —dijo Gabriela—. Y viene gente “de afuera”. Preguntan por circuitos. Por accesos. Por dispositivos.

Amparo sintió un leve calor en el pecho.

El disco.

El estuche.

—¿A qué hora? —preguntó.

—No dijeron —dijo Gabriela—. Solo que hoy.

Amparo asintió.

—Perfecto.

Gabriela la miró como si esperara que Amparo se derrumbara o se enojara o pidiera ayuda.

Amparo no hizo nada de eso.

—¿Necesitás algo? —preguntó Amparo, profesional.

Gabriela se quedó un segundo en silencio y después explotó en un susurro:

—Necesito que me digas si yo estoy en peligro.

Amparo la miró.

Gabriela no era mala. Solo estaba en el medio.

—Si no tocaste nada raro, no —dijo Amparo.

Gabriela se aferró a esa frase como a una baranda.

—Ok.

Se fue.

Amparo se sentó en su escritorio.

No abrió el banco.

Abrió su correo.

Y encontró un mail que la dejó quieta:

“Reunión urgente — Compliance / Auditoría externa”
Lugar: Sala grande
Hora: 11:00
Asistencia obligatoria: Tesorería / Control / Sistemas

Amparo miró la invitación.

Compliance / Auditoría externa.

Eso ya no era local.

Eso era el mundo real, el mundo donde la tía jueza no sirve.

Amparo respiró lento.

Abrió su PLANILLA_MADRE, hoja “SALIDAS”.

Leyó sus propias opciones.

Ninguna era buena.

Pero todavía tenía una herramienta: el relato.

A las 10:30, Nicolás le escribió:

“Están diciendo que es fraude grande. Bancos de afuera. Estoy hasta las manos. Si sabés algo, decime.”

Amparo miró el mensaje.

No respondió.

Porque si respondía, lo metía.

Y si lo metía, lo perdía.

A las 11:00, la sala grande estaba llena y callada.

Había gente de Pronexo, sí.

Pero también dos desconocidos con traje sobrio y cara de “esto no es un problema de oficina”.

Uno se presentó como auditor. El otro no se presentó.

Eso, para Amparo, fue suficiente.

El auditor habló de procedimientos, de cooperación, de “preservación de evidencia”. Dijo la palabra evidencia como quien dice “temperatura”.

Después miró a Amparo.

—Señora Vidal, ¿usted tiene acceso a ejecutar transferencias internacionales?

Amparo respondió como una máquina.

—Sí. Acceso operativo.

—¿Bajo qué autorización?

—Dirección.

—¿Quién además de usted conoce los procedimientos y contraseñas?

Amparo respiró.

—Los sistemas están segmentados —dijo—. Hay niveles.

El auditor anotó.

El otro hombre —el que no se presentó— levantó la vista y la miró como si la estuviera midiendo por dentro.

—¿Usted tuvo acceso a dispositivos personales del señor Erik? —preguntó.

La sala se congeló.

Amparo sintió que el aire se volvía denso.

—No —dijo.

La palabra salió demasiado rápida.

El hombre no reaccionó. Solo anotó algo.

Y Amparo entendió el error en el mismo segundo en que lo cometió:

decir “no” rápido suena a reflejo, no a memoria.

Pero ya estaba.

El auditor siguió con preguntas.

Los demás respondían. Titubeaban. Se contradecían.

Amparo se mantuvo sólida.

Y al final, el auditor dijo:

—A partir de este momento, se restringen accesos. Se cambian credenciales. Todo dispositivo y token debe ser entregado para inventario.

Todo token.

Amparo sintió la mano endurecerse.

El token de Nicolás.

El token que ella había retenido.

El hombre sin nombre la miró otra vez.

—Hoy —dijo—. No mañana.

Amparo asintió, impecable.

—Entendido.

La reunión terminó.

La gente salió como sale de un velorio: más callada que antes.

Amparo caminó a su escritorio con el paso controlado. Abrió su bolso.

Tocó el token.

Tocó el estuche.

Y entendió lo que era la alerta, en realidad:

no el mail del banco.

No el umbral.

La alerta era esta:

el cerco había entrado al edificio.

Y cuando el cerco entra, ya no hay espacios neutros.

Solo hay errores por cometer.

Amparo cerró el bolso.

Levantó la vista.

Y vio a Gabriela en el pasillo, mirando desde lejos.

Parecía una persona mirándola a ella por primera vez.

Como si, de golpe, Amparo fuera otra.

En ese segundo, sin que nadie hablara, Amparo supo:

Erik no estaba cazándola con bronca.

La estaba cazando con método.

Y el método siempre llega antes que la sangre.

(Fin del Capítulo 26)


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