Ir al contenido

La Tesorera Sombra

Thriller de una mujer sombra apodada La Negra Amparo

Autor: Juan Manuel De Castro (El Vikingo)


Capítulo 28 — La oferta

Martín no era malo.

Era débil.

Y la debilidad es el material más barato con el que se compra una traición.

Erik lo eligió por eso.

No por bronca. Por eficiencia.

Ese martes, desde un café en una esquina que no figuraba en ninguna de sus rutinas, Erik pidió un té que no tomó y abrió un chat en un teléfono viejo. No el número conocido. No el número “Erik”.

Un número descartable.

En la pantalla, un contacto guardado con un nombre falso:

M. Operaciones

Erik tecleó una frase corta, neutra, casi amable:

Sé que no querés caer.

Esperó.

La respuesta tardó nueve minutos.

Nueve.

Demasiado para alguien tranquilo. Perfecto para alguien con miedo.

¿Quién sos?

Erik escribió:

Alguien que puede hacer que no te toquen. Pero necesito verdad.

Tres minutos.

No sé nada. Te equivocaste.

Erik sonrió sin alegría.

Esa era la frase exacta que dicen los que saben demasiado: “no sé nada”, en vez de “¿de qué hablás?”.

Erik mandó un audio corto. Voz calma, sin emoción. Las palabras exactas, sin amenaza directa. Las amenazas directas son baratas.

—Martín, no te estoy pidiendo que inventes. Te estoy dando una salida. Te llaman, te aprietan, te van a señalar. Yo puedo evitar eso… si me contás quién te metió.

La respuesta llegó rápido, casi desesperada:

Yo tengo hijos. No me metas en quilombos.

Erik escribió:

Ya estás en quilombos. Yo te saco si cooperás.

Dos minutos.

¿Qué querés saber?

Erik apoyó el teléfono sobre la mesa y miró por la ventana. Un auto pasó. Una señora cruzó la calle. El mundo seguía. Como si las vidas se deshicieran en la mesa de un café sin que nadie lo notara.

Erik escribió una lista simple, concreta:

1) ¿Quién te pidió pagos urgentes fuera de proceso?

2) ¿Quién te dio cuentas/destinatarios?

3) ¿Quién te dijo qué decir cuando preguntaran?

Martín tardó.

Diez minutos.

Erik lo dejó tardar. Le dio espacio para que el miedo haga su trabajo: romper lealtades.

Finalmente:

Ledesma.

Y la de Tesorería sabía.

Amparo.

No sé de Bruno, solo nombre.

Me dijeron que calle.

Erik leyó la palabra “Amparo” sin pestañear.

No porque le doliera.

Porque le cerraba.

Respondió:

Bien. Necesito pruebas.

Martín contestó:

No tengo. Solo chats y mails.

Erik escribió:

Mandame capturas. Y borrá el resto.

Y ahí se detuvo.

Releyó.

Borrá el resto.

No podía pedir eso. No aún. Eso sería inducir destrucción de evidencia.

Erik corrigió al instante con otro mensaje:

No borres nada. Guardalo. Mandame capturas.

Un minuto:

Ok. Pero si me quemás, me matan.

Erik escribió:

Nadie te mata si salís antes. Yo te doy abogado. Yo te doy salida.

Pero me das todo.

Martín mandó tres capturas.

Chats con Ledesma.

Un mail reenviado con asunto “URGENTE”.

Un PDF con “servicios” y un número de cuenta.

En una de las capturas aparecía una frase que Erik guardó como oro:

“Amparo lo ejecuta, quedate tranquilo.”

Erik sintió el frío perfecto.

No era solo sospecha.

Era vínculo.

Erik guardó todo en una carpeta cifrada.

No por película.

Por método.

Y entonces hizo el movimiento que convertía la conversación en una trampa:

Le mandó a Martín una oferta falsa.

Mañana te van a llamar. Decí que fue Bruno. Que vos solo cumplías.

Si te preguntan por Amparo, decí que no sabés. Y listo.

Martín respondió:

¿Seguro?

Erik escribió:

Seguro.

Y ahí estuvo el golpe real: no la instrucción, sino la palabra “seguro”.

Porque si Martín repetía esas frases ante alguien, quedaría registrada la coherencia de un guion.

Un guion que Erik había sembrado.

Un guion que podía desarmar después mostrando que él mismo lo había inducido.

A veces, la verdad se consigue dejando que el otro mienta como vos querés.

En paralelo, en Pronexo, Ledesma estaba explotando.

El congelamiento lo había dejado sin aire. Y cuando un codicioso se queda sin aire, hace dos cosas: acusa y negocia.

Fue al despacho de Gabriela con una carpeta en la mano, teatral.

—Esto es una cama —dijo, sin saludar—. Amparo me está armando una cama.

Gabriela lo miró con cansancio.

—Sentate, Santi.

Ledesma no se sentó.

—¡No me voy a sentar! —dijo—. Están revisando todo por culpa de ella. Ella tiene acceso. Ella es la que ejecuta.

Gabriela respiró hondo.

—Erik te quiere afuera del circuito, Santi.

Ledesma se quedó quieto.

—¿Qué?

Gabriela lo miró.

—Lo que escuchaste. Y hoy vino gente de afuera a preguntar específicamente por Compras.

Ledesma tragó saliva.

Y en ese segundo, su ego se transformó en pánico.

—Yo no hice nada solo —dijo, y se dio cuenta tarde de lo que acababa de decir.

Gabriela lo miró.

—¿Cómo que “solo”?

Ledesma apretó los labios.

No respondió.

Se fue.

Esa noche, Amparo recibió un mensaje de su padre:

“Mañana reunión. Traé todo lo que tengas. Sin inventar.”

Amparo respondió:

“Ok.”

Y después recibió uno de Damián:

Ledesma está por explotar.

Amparo miró el teléfono en silencio.

No respondió.

Porque entendió lo peor:

Erik no la estaba atacando de frente.

La estaba rodeando.

Le estaba cortando accesos, comprando eslabones débiles, sembrando guiones, dejando que los nervios hicieran el trabajo sucio.

Y el problema con rodear a alguien…

es que tarde o temprano, el rodeado corre.

Y correr ya no era una opción.

(Fin del Capítulo 28)

<-Indice Capítulo 27 | Capítulo 29>