La Tesorera Sombra
Thriller de una mujer sombra apodada La Negra Amparo
Autor: Juan Manuel De Castro (El Vikingo)
Capítulo 30 — Caza
Amparo se enteró de que la red ya no era suya cuando su padre dejó de llamarla “Amparo” y empezó a llamarla “vos”.
—Vos no te movés sin avisarme —le dijo por teléfono—. Vos no hablás con nadie. Vos no respondés mails raros. ¿Entendiste?
No era consejo.
Era control.
Y el control, viniendo del mismo lugar que antes era escudo, era la señal definitiva de que la familia ya estaba en modo supervivencia.
Amparo colgó sin discutir.
No porque estuviera de acuerdo.
Porque discutir era perder tiempo.
Sentada en su casa, con el estudio cerrado y el estuche negro guardado en una caja de ropa donada, Amparo hizo lo único que le quedaba:
armó su propio contraataque.
No para ganar.
Para no caer sola.
Abrió la PLANILLA_MADRE.
Fue a la hoja “SALIDAS” y tachó la palabra “esperar”.
Escribió:
“Atacar el relato.”
Y debajo:
Desviar foco hacia Compras (Ledesma)
Desviar foco hacia tercero externo (Bruno)
Mantener distancia de familia (no usar nombres)
Preparar versión: “ejecutora sin poder de decisión”
Eliminar contacto con Damián (riesgo)
Esa última línea le dolió. No por amor.
Por utilidad.
Damián era puente. Pero un puente también es un lugar donde te caés.
Amparo abrió WhatsApp y lo bloqueó.
No por seguridad real. Por gesto psicológico: cortar una cuerda para no seguir tirando de ella.
Después llamó a Nicolás.
Él atendió con voz agotada.
—Amparo…
—Necesito una cosa —dijo ella—. No por chat. Decime sí o no: ¿están revisando logs de accesos?
Silencio.
—Sí —dijo Nicolás—. Y te digo algo: hay un pedido formal de preservación. Esto no es interno.
Amparo se tensó.
—¿Quién lo pidió?
—No sé —dijo Nicolás—. Pero hay abogados y hay bancos. Y… Amparo… están trayendo equipos para clonar discos.
Amparo sintió un frío en la espalda.
Clonar discos.
Vault.
El estuche.
La caja.
—Ok —dijo, sin emoción—. Gracias.
Nicolás tragó saliva.
—¿Dónde estás? —preguntó—. Porque… están diciendo cosas de vos.
Amparo lo cortó, suave.
—No repitas cosas. Te hace parte.
Colgó.
La caza había empezado de verdad.
Cuando empiezan a clonar discos, ya no buscan “orden”. Buscan verdad.
Y la verdad, en sistemas digitales, no está en lo que hiciste.
Está en lo que tocaste.
Amparo miró el reloj.
Tenía que moverse antes de que el cerco se cerrara del todo.
Pero moverse era exactamente lo que Erik quería que hiciera.
El juego era cruel: cualquier acción era huella.
Erik, desde su departamento prestado, recibió un mensaje de su abogado:
“Hoy se preservan dispositivos en empresa. Se solicitaron logs bancarios y corporativos. En curso.”
Erik respondió con dos palabras:
“No apuren.”
No apuren.
Porque la caza no era una corrida.
Era un desgaste.
Erik abrió su panel de monitoreo del “Vault”.
El puntito estaba quieto desde hacía dos noches.
Quieto, pero no seguro.
Erik sabía que Amparo iba a volver a moverlo. No por lógica. Por impulso.
Solo necesitaba empujarla un poco.
Erik abrió un chat.
Número desconocido.
Escribió:
Te están clonando.
Envió.
Esperó.
A los diez segundos, el celular de Amparo vibró.
Número privado.
Mensaje:
“Te están clonando.”
Amparo sintió que la garganta se le cerraba un poco.
No por la frase.
Por la precisión.
Solo alguien muy adentro —o muy cerca del proceso— podía saber eso.
La tentación de contestar fue enorme.
No contestó.
Pero su cuerpo hizo otra cosa: se levantó.
Caminó al estudio.
Abrió la puerta.
Miró el escritorio vacío.
Miró el lugar donde había conectado el Vault.
Y ahí entendió el truco:
Erik no necesitaba que ella respondiera.
Necesitaba que ella se mueva.
Amparo respiró hondo.
Volvió a la cocina.
Abrió un cajón y sacó una bolsa de residuos. Metió adentro papeles viejos, recibos sin valor, cosas que parecían basura. Lo hizo despacio, como un ritual.
Luego fue al placard, abrió la caja de ropa donada donde había escondido el estuche.
Metió la mano entre telas.
Tocó el metal.
Lo sacó.
Se quedó mirándolo con una rabia silenciosa.
—¿Qué sos? —susurró. No al disco. A la idea.
Amparo lo guardó en su bolso, junto a llaves, maquillaje, cosas comunes.
Si la estaban siguiendo, no iba a parecer “un movimiento raro”.
Iba a parecer una mujer haciendo trámites.
A las 16:20 salió de su casa.
Fue al depósito.
Entró.
Pidió una caja nueva. Grande, con etiquetas.
El guardia ni la miró, como siempre.
En el pasillo, Amparo abrió la caja y metió el estuche en un lugar distinto. Más profundo. Más escondido.
Cerró.
Puso la etiqueta:
DONACIÓN 3
Sonrió, casi satisfecha.
Como si ponerle “donación” a una evidencia la hiciera invisible.
Salió.
Volvió a su auto.
Y sintió, sin verlo, que algo se había movido en el aire.
En el departamento prestado, el puntito del mapa se movió.
Erik lo vio.
No con alegría.
Con certeza.
Anotó:
“Hoy 16:34. Se desplaza. Depósito confirmado.”
Erik llamó a su abogado.
—Ya tengo ubicación física —dijo—. Sin entrar, sin tocar. Solo registro.
—Entendido —dijo el abogado—. Eso sirve para la cronología. Hay que hacerlo limpio.
Erik colgó.
Abrió otra ventana: el chat con Martín.
Escribió:
Hoy te llaman. No te asustes. Repetí lo que hablamos.
Martín respondió casi al instante:
Dale. Estoy cagado.
Erik no contestó.
Porque el miedo era combustible. Y el combustible no se calma.
Esa noche, Amparo volvió a su casa con el cuerpo pesado.
Se sentó en el sofá y se quedó mirando su propio living, como si lo viera desde afuera.
Su celular vibró.
Una notificación del banco.
No de Pronexo.
De una cuenta personal.
“Aviso: revisión de origen de fondos / contacto requerido.”
Amparo sintió una puntada.
El cerco había saltado de lo corporativo a lo personal.
Eso era caza de verdad.
Porque ahora ya no era “tema laboral”.
Era identidad.
Amparo apoyó el teléfono.
Se tapó la cara con las manos, un segundo.
Solo un segundo.
Y entonces se obligó a enderezarse.
Porque entendió la única regla de la caza:
si corrés, te persiguen.
Si te quedás quieta, te cercan.
Y si mordés, tal vez… tal vez… ganás un metro.
Amparo abrió la notebook y escribió un mail a Gabriela.
Asunto:
“Necesito volver a la oficina (documentación personal)”
Texto:
“Me están contactando bancos por temas de compliance. Necesito acceder a mis archivos laborales para responder. Puedo ir acompañada de mi abogado, sin tocar sistemas. Solo retirar documentación.”
Enviar.
Era su movimiento más inteligente hasta ahora:
volver al escenario con un argumento legal.
No huir.
No atacar.
Volver… con forma.
Pero incluso ese movimiento tenía un problema:
Erik ya la estaba esperando.
Porque la caza no se ganaba con velocidad.
Se ganaba con anticipación.
(Fin del Capítulo 30)
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