La Tesorera Sombra
Thriller de una mujer sombra apodada La Negra Amparo
Autor: Juan Manuel De Castro (El Vikingo)
Capítulo 39 — Embargo
El embargo no se sintió como un golpe.
Se sintió como una mano invisible apagando luces una por una.
Primero, la cuenta.
Después, el auto.
Después, el departamento.
Después, el nombre.
Amparo lo entendió esa misma tarde, cuando salió con su padre de la oficina blanca y el aire de la calle le pareció demasiado libre para alguien que ya no era libre.
—No vuelvas sola —dijo su padre.
Amparo no discutió.
Subieron al auto del padre. Él manejó sin música. Sin palabras. Como si el silencio fuera parte de la defensa.
A las 17:12, ya en el living de Amparo, el padre abrió la carpeta y leyó en voz alta lo que importa cuando se acaba la ficción:
—Inhibición general confirmada. —Pasó hoja—. Embargo preventivo sobre activos registrables. —Otra hoja—. Restricción de movimientos financieros. —Otra hoja—. Pedido de secuestro de dispositivos.
Amparo miró el piso.
—¿Y el depósito? —preguntó.
El padre tardó un segundo.
—El depósito entra en “medidas de preservación” si lo vinculan al dispositivo.
Amparo sintió el frío de saber que el “Vault” ya no era un objeto.
Era un hilo.
Y el hilo ya estaba tirando de la tela completa.
El padre siguió, sin levantar la vista:
—Te pueden poner una restricción de salida del país.
Amparo soltó una risa corta, seca.
—¿Salida? —murmuró—. Si ya me sacaron todo.
El padre la miró con una mezcla de cansancio y reproche que no iba a decir.
—Todavía no te sacaron la voz —dijo—. Pero si hablás mal, te la van a usar en tu contra.
Amparo asintió.
La voz. El relato.
Ese era su último activo real.
A las 18:05 sonó el portero.
El padre fue a atender. Volvió con un papel más y cara de mala noticia.
—Notificación del consorcio —dijo—. Te piden que regularices expensas. Y… —miró el papel— …te informan que recibieron una “comunicación judicial” sobre medidas cautelares.
Amparo sintió un vacío en el estómago.
Cuando el consorcio sabe, ya no sos “vecina”.
Sos “problema”.
A las 18:40 llegó el mensaje del banco.
“Por disposición judicial, su cuenta se encuentra embargada.”
No decía “culpable”.
No decía “prisión”.
Decía algo más brutal:
“No.”
No gastar.
No mover.
No existir económicamente.
Amparo dejó el celular sobre la mesa como si pesara.
—¿Qué pasa con el departamento? —preguntó.
El padre suspiró.
—Si está a tu nombre y entra en la cautelar, pueden inmovilizarlo. Y si hay deudas, después… ya sabés.
Amparo tragó saliva.
Ese departamento era una ironía: durante años había sido “su lugar”, su símbolo de independencia.
Ahora era una caja con paredes que ya no respondían a ella.
Amparo se levantó y caminó hasta la ventana.
En la calle, alguien paseaba un perro. Un chico en bicicleta reía. Un kiosquero acomodaba botellas.
El mundo no te acompaña cuando te caés.
El mundo solo sigue.
El padre guardó papeles y, antes de irse, dijo la frase más honesta del día:
—Te van a dejar sola, Amparo. Lo legal lo manejo yo. Lo social… no hay abogado.
Amparo asintió.
No lo miró.
Porque si lo miraba, iba a notar que él también tenía miedo.
No por ella.
Por él.
Por el apellido.
Por la exposición.
Cuando el padre se fue, la casa quedó en silencio otra vez.
Amparo caminó hasta el dormitorio, abrió el placard, sacó una valija.
Empezó a meter ropa sin pensar.
No por huir.
Por reflejo.
El cuerpo arma salida aunque la mente sepa que no hay.
Cuando terminó de meter ropa, se quedó sentada en el borde de la cama.
Miró la valija.
Se rió de nuevo, pero ahora sin fuerza.
—¿A dónde vas? —se dijo.
A ningún lado.
Pero la valija le permitía fingir que todavía existía un “afuera”.
A las 22:11, el celular vibró.
No era número privado.
Era un correo.
De un administrador judicial.
Asunto:
“Inventario de bienes — presentación requerida”
Amparo lo abrió.
Listaba:
Vehículo
Cuentas
Propiedades
Depósitos
Bienes muebles de valor
La palabra “depósitos” le cortó el aire.
Amparo sintió una oleada de impulso: ir al depósito, sacar el estuche, esconderlo mejor, quemarlo, hundirlo, lo que fuera.
Y en ese instante entendió por qué el embargo era más que un trámite:
El embargo era un dispositivo psicológico.
Te obliga a cometer un error.
Te empuja a moverte cuando lo peor que podés hacer es moverte.
Amparo dejó el celular, se levantó, y se obligó a no salir.
Se quedó de pie en el living, quieta, como si se castigara.
Porque el mayor acto de control que le quedaba era este:
no hacer nada.
A las 23:50, se sentó en el suelo, apoyó la espalda contra el sillón y miró la oscuridad.
La torre ya estaba rota.
Ahora empezaban a sacar pedazos.
Y cada pedazo era un recuerdo que volvía como burla:
la casa, el estudio, los viajes, el “confío en vos”.
La libertad que ella creyó robarle a Erik…
era la misma libertad que ahora le sacaban a ella, en cuotas, con sellos y formularios.
Así funciona el embargo:
no te quita la vida de golpe.
te la convierte en un inventario.
(Fin del Capítulo 39)
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