La Tesorera Sombra
Thriller de una mujer sombra apodada La Negra Amparo
Autor: Juan Manuel De Castro (El Vikingo)
Capítulo 8 — Los cuatro del sistema
El problema con los “malos” es que casi nunca se sienten malos.
Se sienten necesarios.
Amparo lo entendió el miércoles a las 9:18, cuando el sistema de pagos se trabó justo antes de cerrar una tanda. La pantalla mostró un error genérico, de esos que no dicen nada pero arruinan todo.
“Operación no disponible. Intente más tarde.”
Amparo intentó de nuevo.
Mismo error.
Miró el reloj. Si no salía antes de las 10, caían intereses. Si caían intereses, caían llamadas. Y si caían llamadas, caían “por qué no lo resolviste”.
Los problemas siempre terminaban en Tesorería aunque empezaran en cualquier lado.
Amparo respiró y llamó a Sistemas.
—Rodrigo —dijo cuando atendieron—. Se cayó el portal.
—¿Cuál? —respondió Rodrigo, ya cansado.
—El de pagos. No me deja cerrar tanda.
Rodrigo tecleó algo. Silencio.
—Uh… sí, lo estoy viendo —dijo—. Es un tema del certificado. Dame un ratito.
Ratito era una palabra que a Tesorería le costaba dinero.
—¿Cuánto es “ratito”? —preguntó Amparo, sin agresión.
Rodrigo suspiró.
—No sé. Puede ser treinta minutos. Capaz una hora.
Amparo miró la lista de pagos pendientes. Había uno grande marcado “hoy sí o sí”.
—Necesito que sea antes de las 10 —dijo.
Rodrigo soltó una risa impotente.
—Amparo, no hago magia.
Amparo se quedó quieta.
La magia existía. Solo que no estaba en Sistemas. Estaba en los atajos.
Cortó sin dramatizar. Cuando colgó, abrió un chat interno y buscó un nombre que no era del área técnica.
Nicolás R. — Finanzas / Control.
Nicolás no era de Tesorería. Era de Control. Un tipo de números también, pero de esos que hablan poco, escuchan mucho y siempre tienen una pestaña más abierta que vos.
Amparo le escribió:
“Nico, ¿tenés un minuto? Portal de pagos caído. Necesito cerrar una tanda antes de las 10. ¿Tenés alguna vía alterna?”
La respuesta llegó rápido.
“Pasá por mi oficina.”
Amparo se levantó y caminó por el pasillo de vidrio. Finanzas/Control quedaba del otro lado del piso, donde el aire parecía más caro.
Nicolás estaba sentado con dos monitores y una cara eterna de “esto no me sorprende”. La miró entrar como si ya la estuviera esperando.
—Cerró el portal —dijo Amparo, directo.
—Sí —dijo Nicolás—. Se cae cada vez que actualizan certificados. —Señaló una silla—. Sentate.
Amparo se sentó.
Nicolás abrió una carpeta compartida y entró a un link que Amparo no conocía.
—¿Qué es eso? —preguntó ella.
—Portal espejo —respondió Nicolás—. No lo usa nadie porque “no existe”. Pero existe.
Amparo lo miró.
—¿Quién lo habilitó?
Nicolás se encogió de hombros.
—Erik. Para emergencias.
Amparo sintió un pinchazo: otra herramienta de Erik que él olvidaba contarle… pero que igual quedaba ahí, disponible.
—¿Y por qué yo no sabía? —preguntó, tranquila.
Nicolás no la miró. Siguió tecleando.
—Porque Erik opera así —dijo—. Tiene puertas, llaves, copias de llaves. Y se olvida de avisar.
Amparo miró la pantalla.
Con dos clicks, Nicolás entró al portal espejo, cargó una validación y le mostró a Amparo una opción:
“Cerrar tanda manual.”
—Podés hacerlo desde tu usuario —dijo Nicolás—. Pero necesitás este token.
Sacó de un cajón un pequeño dispositivo negro. Un token físico. Antiguo.
—¿Eso todavía existe? —preguntó Amparo.
Nicolás sonrió, mínimo.
—Para algunos bancos, sí. Y para algunos miedos, también.
Amparo tomó el token. Pesaba nada. Pero en su mano, se sintió importante.
—¿Quién tiene otro de estos? —preguntó.
Nicolás la miró por primera vez.
—Erik. Y yo. —Pausa—. Y una persona más.
—¿Quién? —preguntó Amparo.
Nicolás dudó un segundo. Un segundo que ella anotó.
—Mariela —dijo al fin—. De Contabilidad. La que “hace caja chica”. En teoría.
Amparo asintió, como si fuera un dato administrativo. En realidad, era una pieza.
—Gracias —dijo.
Nicolás se encogió de hombros.
—Preferible que lo sepas a que explote —respondió.
Amparo apretó el token suavemente.
—¿Por qué me ayudás? —preguntó.
Nicolás sonrió de lado.
—Porque si explota… también me salpica. —Pausa—. Y porque sos prolija.
Prolija.
Otra vez esa palabra. U otra, parecida: confiable.
Amparo se levantó.
—Te lo devuelvo en una hora —dijo.
Nicolás negó con la cabeza.
—Quedátelo hoy. Después vemos.
Amparo lo miró.
Eso no era un favor. Era un préstamo.
Y los préstamos crean deuda.
Volvió a su escritorio, entró al portal espejo, cerró la tanda manual y salvó el pago grande antes de las 10.
Nadie se enteró.
Ese era el punto.
A las 11:30, Amparo fue a buscar un café al pequeño office del piso. Pidió uno en la máquina y esperó. En el rincón, Mariela estaba contando billetes sobre una mesa con un cuaderno abierto.
No era raro.
Lo raro era cómo los contaba: rápido, sin revisar dos veces, sin miedo.
Amparo se acercó sin invadir.
—Buen día —dijo.
Mariela levantó la vista y sonrió.
—Buen día.
Mariela era de esas mujeres que la gente subestima: chica, simpática, siempre apurada. La clásica “que arregla todo”. La clásica “que no manda”. La clásica “que no hace daño”.
Amparo la miró y pensó: a vos te creen inocente por defecto.
—Te vi el otro día con el token —dijo Amparo, casual, como si fuera una curiosidad.
Mariela parpadeó.
—¿Con cuál?
Amparo sonrió.
—Con el token del banco. Nicolás me dijo que vos también tenías.
Mariela soltó una risa rápida.
—Ah, sí. Esa reliquia. La tengo “por si acaso”.
“Por si acaso” era el idioma secreto de la empresa.
Amparo tomó un sorbo de café.
—Hoy lo usé —dijo—. Se cayó el portal.
Mariela hizo un gesto de resignación.
—Siempre se cae.
Silencio breve. Mariela volvió a su cuaderno.
Amparo miró el cuaderno. No leyó. Solo observó: había números, montos, fechas… y una columna a mano con iniciales. No nombres. Iniciales.
Amparo no preguntó por las iniciales. Preguntar demasiado era de amateur.
—Yo me estoy armando un mapa —dijo, como quien habla del clima.
Mariela levantó la vista.
—¿Mapa de qué?
Amparo sonrió.
—De cómo funciona esto cuando Erik no está.
Mariela soltó una risa corta.
—Funciona… como puede.
—Exacto —dijo Amparo—. Y “como puede” siempre significa que alguien hace favores.
Mariela la miró con más atención.
—¿Qué querés decir?
Amparo se encogió de hombros.
—Nada raro. Solo que hoy Nicolás me salvó una tanda con un portal que yo ni conocía. Me hizo pensar en cuántas cosas pasan…
Mariela bajó la voz, casi sin querer:
—Más de las que se registran.
Amparo no reaccionó. Dejó que Mariela se escuchara a sí misma.
—¿Y eso es malo? —preguntó Amparo, neutral.
Mariela se encogió de hombros.
—Depende para quién.
Amparo asintió.
—Siempre depende —dijo—. Y yo necesito saber de quién depende qué.
Mariela la miró fijo. En sus ojos apareció algo que no era miedo: era cálculo.
—¿Vos seguís con Erik? —preguntó de golpe.
Amparo sostuvo la mirada.
—No.
Mariela asintió, lenta.
—Entonces vas a querer entender rápido —dijo, como si eso fuera un consejo.
Amparo sintió un escalofrío breve. No por amenaza. Por reconocimiento.
Mariela era la primera.
No como aliada.
Como espejito.
Amparo sonrió, mínima.
—Yo entiendo rápido —dijo.
Mariela volvió al cuaderno y escribió algo. Después cerró de golpe, como si hubiera decidido no mostrar más.
Amparo se fue sin insistir.
Volvió a su escritorio y abrió el MAPA.
Escribió dos nombres nuevos con dos frases cortas.
Nicolás — Control — acceso a portal espejo/token — ayuda por conveniencia — debilidad: reputación.
Mariela — Contabilidad — caja/token — ve lo no registrado — debilidad: sabe demasiado.
Guardó.
A las 14:08, su teléfono vibró.
Damián otra vez.
¿Cómo va el altar?
Amparo sintió una incomodidad breve. ¿Cómo sabía esa palabra? ¿Azar? ¿Intuición? ¿O la ciudad era realmente chiquita?
No respondió.
A las 16:30, Gabriela pasó por Tesorería.
—Amparo —dijo, en tono de “vengo a chequear”—. ¿Todo bien?
Amparo sonrió.
—Todo bien.
Gabriela miró alrededor, como si buscara señales.
—Erik me preguntó si necesitabas algo.
Amparo sostuvo la sonrisa.
—No necesito nada.
Gabriela respiró, aliviada.
—Perfecto. —Pausa—. Igual, cualquier cosa… me avisás.
Amparo asintió.
—Obvio.
Cuando Gabriela se fue, Amparo se quedó mirando su monitor.
Erik no preguntaba directo.
Mandaba mensajeros.
Intermediarios para no mancharse.
Intermediarios para no sentir culpa.
Amparo abrió el último mail de Erik. Lo leyó una vez más.
Y pensó, sin emoción visible:
Él cree que me está cuidando.
Yo estoy aprendiendo cómo está armado.
Al final del día, antes de apagar el monitor, Amparo hizo algo que nadie notaría y que, justamente por eso, importaba.
Tomó el token físico que Nicolás le había prestado, lo guardó en su bolso… y no se lo devolvió.
No por robo.
Por prueba.
Quería ver si alguien lo pedía. Si alguien lo notaba. Si el sistema tenía memoria.
Cerró el bolso, se puso el saco y salió.
En el ascensor, su reflejo le devolvió una cara tranquila.
Pero en su cabeza, el MAPA ya no era una lista.
Era una red.
Y en el centro de esa red, por primera vez, Amparo se sintió en control.
(Fin del Capítulo 8)
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