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La Tesorera Sombra

Thriller de una mujer sombra apodada La Negra Amparo

Autor: Juan Manuel De Castro (El Vikingo)


EPÍLOGO — “La Cuenta Pendiente” 

Tres meses después, el departamento no era de Amparo.

Tampoco era de nadie todavía: era un espacio detenido por papeles, cautelares y firmas que tardan. Pero el cuerpo entiende antes que el expediente: Amparo ya no pertenecía ahí.

Vivía en un monoambiente prestado, con una cama, una mesa, y una ventana que daba a una medianera gris. La mañana entraba como una luz sin intención.

En la mesa tenía una carpeta con la palabra CAUSA escrita a mano por su padre. Él la llamaba cada dos días y hablaba como se habla en guerra: sin metáforas.

—Esto avanza. —pausa—. Esto se negocia. —pausa—. Esto se pierde o se reduce.

Reducir: la palabra que convierte una vida en un número.

Amparo ya no era tesorera.

Era un caso.

Una tarde bajó a comprar pan y vio un titular en una pantalla colgada en un kiosco:

“Fraude y tentativa de homicidio: avanza investigación por transferencia internacional.”

No decía su nombre.

Y sin embargo, era ella.

En el reflejo de la pantalla se vio la cara por un segundo. Pómulos marcados. Ojos apagados. Una persona que ya no tenía el lujo de la soberbia.

Volvió arriba con el pan y se sentó.

Abrió una caja con cosas viejas que todavía no se había animado a tirar.

Encontró una brújula decorativa de un viaje con Erik.

La brújula no funcionaba, pero siempre había estado ahí por estética, como una promesa de orientación.

Amparo la dio vuelta y vio, pegado en la base, un papelito que nunca había notado.

Una letra.

Una sola frase, escrita a mano con tinta azul:

“La cuenta pendiente no es la plata. Es la mentira.”

Amparo se quedó mirando esa frase como si fuera una sentencia.

No sabía si la había escrito Erik.

No sabía si la había escrito ella y se había olvidado.

Lo único que sabía era lo que la frase señalaba: que toda su historia, al final, no había sido sobre dinero.

Había sido sobre relato.

Y el relato, cuando se cae, deja una sola cosa en pie:

lo que realmente sos.

Amparo apoyó la brújula sobre la mesa.

Miró la ventana.

No había aviones ahí.

Solo pared.

Y por primera vez, sin orgullo, sin plan, sin máscara, se dijo la verdad que nunca quiso decir:

—No fui inteligente… fui impune.

La palabra “impune” quedó suspendida un segundo.

Después cayó.

Y ese fue su primer acto real de lucidez.

Fin del Epílogo.

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